¿Se puede ganar sin jugar del todo bien?
Sí. El fútbol es acaso el único deporte que lo permite no sin generosidad. Y la clave se resume en una palabra: funcionamiento. Es el atributo que The Strongest debe conseguir cuanto antes porque más allá de la extensa ausencia competitiva con que llegó al debut de Copa Libertadores su trajinar –como en más de un partido del torneo doméstico– reveló baches, imprecisiones y, esencialmente, licencias que no hicieron más que el rival comprendiera que dañar no era una quimera.
Lo mejor del debut se enfoca en dos elementos incontrastables. La victoria en condición de local, exigencia poco menos que imprescindible para encaminar el transcurrir del grupo. Lo otro tiene que ver con el arco propio en cero, porque a la hora determinante la diferencia de gol bien puede gravitar.
El resultado no admite duda alguna porque la iniciativa le perteneció al Tigre en dosis marcada. Ni hablar de la efectividad a través de los cabezazos de Ursino (excepcional contorsión para meter la pelota en un ángulo), en el primer tiempo, y de Triverio, durante el complemento, en plena área chica.
Que Gremio haya apostado por un equipo alternativo es una cuestión absolutamente atribuible al criterio de Renato Gaucho y compañía. El desenlace no puede explicarse a partir de dicha circunstancia, ajena al juego como tal.
No corresponde exigir que The Strongest presione constantemente, sin tomarse respiros necesarios para asumir el control del cotejo. Para eso está, por ejemplo, Michael Ortega. Pensante. Dosificador del esfuerzo. Distribuidor nato. No obstante, tampoco debe permitirse –menos en Miraflores– distracciones que dan lugar a pérdidas de balón y, por ende, a que el cuadro quede mal parado, desequilibrado, sin la fisonomía mínimamente exigible.
Es de presumir que la presencia de Daniel Rojas en el carril derecho de la zaga haya tenido que ver con el pensamiento previo de Pablo Lavallén en sentido de contar con un pistón de proyección a través de dicha banda, acorde a la función que más domina.
El elenco de Porto Alegre atacó poco (y cuando lo hizo Guillermo Viscarra, sobre todo ante Everton, respondió correctamente) pero descubrió rápido que en ese sector estaba la brecha a explotar.
El Tigre tiene que capitalizar en mayor medida la actitud, el convencimiento tendente a aproximarse al éxito. No basta la intención de pasar por encima al adversario. Ese propósito corresponde plasmarlo no sólo apropiándose de la pelota, porque la misión demanda uso adecuado, debido desdoblamiento, velocidad y apropiación de los espacios, que un oponente como el que enfrentó otorgó sin disimulo, más allá de una aparente decisión de agruparse entre líneas.
De manera que la historia se sintetiza en un triunfo merecido e inobjetable, pero sin la cuota de brillo que seguramente el hincha anhela. No sólo eso. El imprescindible balance no puede obviar aquellas materias llamadas a mejorar, relacionadas con la mecánica colectiva, con la articulación del conjunto, exhibidas efímeramente. Precisará obtener dicha cualidad –¿tendrá tiempo?– aunque siempre la implementación de correcciones gana condiciones de la mano de un éxito, más aún si éste se emparenta con el arranque de la campaña.
Oscar Dorado Vega es periodista.