Se desmoronó la frágil ilusión. A falta de dos fechas. Ya no hay margen ni tiempo para discursos demagógicos, insulsos, carentes de sustento, desgastados e inútiles.
Es cierto que finalmente la balanza se desequilibró por un factor irrefutable: la categoría. Que pasa por matices individuales y colectivos.
Sin embargo, no es posible entender cómo se concibió —desde la planificación y en función de la estrategia— este partido, en el que se rifó todo el periodo inicial, porque a decir verdad el empate tuvo que ver exclusivamente con una acción aislada, alejada del contexto general inherente al juego.
Bolivia debió imponer condiciones de entrada. Condiciones futbolísticas, físicas y de actitud. Ahí, en esa premisa, debió centrarse la arenga. La instrucción innegociable. O el equipo no hizo caso o en definitiva el trámite se pensó de una manera pavorosamente equivocada.
Es cierto que en una cancha anegada es muy difícil jugar —la lógica imprecisión se paseó por Miraflores— pero lo era, sin ventajas, para el local y el visitante.
Y la selección no funcionó, a partir del vamos, en el mediocampo, diáfano origen de la derrota. Ahí mandó Chile, desde el principio, y desactivó los circuitos, al punto que los atacantes entraron poco y nada en acción. Dato ultra revelador: Miranda demoró media hora en tocar la pelota e intervenir con cierta asociación de peligro. El de Ramallo era, lamentablemente, un caso parecido.
No cabe duda, asimismo, que el gol de Sánchez (tiro libre en el que Lampe no respondió a la altura de su capacidad) caló hondo, pero nada impedía —como en tantas otras oportunidades en las que el entrenador permaneció pasivo, abúlico— adoptar urgentes correctivos. Aránguiz y Núñez se plantaron en el centro de la cancha y asistieron a sus delanteros casi sin oposición, de ahí que Ben Brereton no estuvo lejos de firmar el segundo.
La igualdad se encuadró en una ráfaga de energía que arrancó a través de Saavedra, obligando a Cortés a mandar el balón al lanzamiento de esquina, ejecutado rápido por Arce para que Enoumba madrugara a la defensa.
La Verde arrancó incisiva el complemento —como debió ser en todo momento— el oponente retrocedió varios metros, reveló atisbos de cansancio y sobre el cuarto de hora, sin novedades en el resultado, se dispuso el ingreso simultáneo de Henry y Ramiro Vaca, además de Bejarano. A fuerza de vigor renovado se observó el mejor de los pasajes del dueño de casa, que erigió al arquero de la Roja en figura, sin ignorar que en dos ocasiones los maderos lo salvaron.
No obstante, Martín Lasarte también refrescó su estructura, por lo que Baeza y Parra abandonaron el banco, causando de inmediato que el equilibrio se reinstalara, aunque con un elemento fundamental: la definición. Chile no malgastó el segundo aire, hizo ver muy descompensada a la zaga nacional y la consecuencia provocó el tanto de Núñez y otro acierto de Alexis.
En un epílogo frenético Martins descontó, pero Bolivia jugaba adicionalmente contra el paso del tiempo. Ya era demasiado tarde.
El fútbol tiene contradicciones difíciles de explicar. La victoria del cuadro forastero se labró cuando su desempeño descendió en productividad, pero cabe anotar que jamás dejó de pensar en el arco contrario. Soportó como pudo el chaparrón y renació para abrazar su objetivo.
A Bolivia no le bastó la reacción de un rato en el periodo final, lapso mezquino y encogido a efectos de elaborar un mejor destino. Era —corresponde la insistencia— un encuentro para afrontarlo de otra manera; a todo vapor, convicción ganadora, autoridad, liderazgo desde la conducción y lectura pertinente.
Terminó el tiempo de los argumentos ficticios, sin fundamento real. Tampoco vale asumir, sólo de la boca para afuera, la responsabilidad. Resta un par de jornadas, de mero cumplimiento, pero este epílogo estaba cantado tras la cantidad de puntos dejados ir como anfitriones.
“A los rivales queremos comerles el hígado en la altura”, dijo, alguna vez, César Farías. Rotundamente eso no sucedió ni por asomo. Sí se confirma que el hombre es prisionero de sus palabras. En la vida y en el fútbol.
Oscar Dorado Vega es periodista.