De los partidos que terminan en blanco suele afirmarse que invitaron al bostezo. A veces no necesariamente, pero sí en buena porción de los casos. El que tuvo lugar en el Félix Capriles representó la expresión pura –elevada, además, a una altísima potencia– del involuntario despropósito futbolístico.
Wilstermann y Bolívar encarnaron uno de esos cotejos destinados al olvido sin vuelta de hoja. Y atención: no se jugaban poco en la competición internacional.
Acaso la responsabilidad mayor corresponda al visitante: por inversión, objetivos delineados y responsabilidad derivada de su paso a través de la CONMEBOL Libertadores.
El aviador, en cambio, se debate en una innegable y honda crisis. Marco Antonio Sandy asumió la responsabilidad de dirigirlo a la espera de Diego Cagna, que asumirá en las próximas horas para buscar revertir una racha adversa que la igualdad a la que hacemos referencia contuvo muy a medias.
Ahora bien, si la mirada de la Academia es que obtuvo un punto lejos del Hernando Siles no deja de ser un concepto cuando menos discutible. Era un encuentro perfectamente ganable y no sólo por el lanzamiento penal marrado de entrada.
Sin embargo, lo llamativo es que el señor José Ignacio González demoró nada menos que setenta minutos –más de una hora de pasividad– en reparar que su equipo pedía a gritos modificaciones tendentes a mejorar. O estaba conforme –algo inexplicable, salvo por la unidad conseguida– o entendía que las soluciones no habitaban en el banco de suplentes.
El Bolívar que se mostró al continente desde Cochabamba es un cuadro inexpresivo, tibio, carente de agresividad en ataque. Es cierto que maneja el balón con cierta pulcritud, lo mueve en una infinidad de pases laterales e intrascendentes. Vaya que le cuesta ser profundo y, en general, finaliza mal sus arrestos ofensivos en medio de una lentitud pasmosa que destierra la sorpresa, factor que en el fútbol es sinónimo de desequilibrio y diferencia.
Si esa es la identidad que su director técnico pretende hay bastante tela (y responsabilidad) para cortar. Una cosa es la posesión y otra, bien distinta, el juego apartado del inexcusable compromiso ligado a la efectividad.
Van cuatro meses desde su llegada y no se nota la impronta, a no ser lo descripto en líneas anteriores.
Si no fuera porque Roberto Fernández es, en la banda zurda, una válvula de permanente salida (por el otro sector Bejarano avanzó muy poco, preocupado en conjurar las escapadas de Serginho. También el del elenco rojo actuó privilegiando una inquietud similar) el elenco celeste –blanco para la ocasión– incrementaría los decibeles de la monotonía, de lo previsible.
Para colmo de males la ausencia de Leonardo Ramos es extremadamente notoria. Es difícil estimar cuánto durara la paciencia con Armando Sadiku. Resulta complejo entender a un delantero que no convierte. De hecho, hasta ahora no marcó ninguna vez en presentaciones oficiales y cuando parecía todo dado para, al fin, acabar la sequía remató un madrugador tiro penal sin convicción, nervioso, cual aprendiz. Resulta imperioso, a estas alturas, escudriñar detenidamente en los orígenes de su incorporación. Apuntarlo como fiasco se ajusta estrictamente a la realidad y no representa desde luego ninguna falta de respeto porque su rendimiento lo delata. Bastó observar la furiosa reacción de González Saenz tras la atajada de Rodrigo Banegas…
La parsimonia del equipo despertó a los rojos, que a través de Humberto Osorio pudieron, en dos oportunidades, abrir la cuenta. Rubén Cordano reaccionó bien en la primera y posteriormente un taco del colombiano salió a centímetros de uno de los verticales.
A considerar que el local no encontró en Patricio Rodríguez una presentación acorde a su talento.
No hay necesidad de extender en mayor medida esta opinión, sencillamente porque los partidos pequeños en calidad ahorran consideraciones.
Ambas fracciones transcurrieron de modo similar. Si alguien se toma la molestia de examinar el video advertirá fácilmente la ingente cantidad de pases equivocados y, por ende, se pondrá de manifiesto la escasa continuidad de arrestos coherentes, cuestionamiento válido para los dos.
En oportunidades como ésta no se echa de menos al público. Al contrario. El aficionado, en época de pandemia, ahorra el costo de una entrada que el espectáculo, lamentablemente, no lo merece.
Oscar Dorado Vega es periodista.