Justa por donde la se la mire. Así puede identificarse la victoria de Bolívar.
La quiso siempre —a diferencia de la conservadora propuesta de Flamengo—, con aciertos y yerros, con momentos de lucidez y desconcentraciones, con superioridad global, que es, seguramente, la razón esencial de su éxito.
Los tres puntos constituían un imperativo. Y no sólo porque el transcurrir del grupo (y el liderazgo) lo demandaban, sino porque inconscientemente rondaba el fantasma del bochorno doméstico de hace algunos días.
Entonces, la madrugadora apertura de Da Costa parecía simplificarlo todo. Y ante un adversario encumbrado el factor ventaja era sustantivamente importante, un tónico mayúsculo para lo venidero. Sin embargo, ello duró sorprendentemente poco, muy poco. Y aquí surge un cuestionamiento inevitable, indisimulable. Viña —tras capitalizar un doble y grueso error defensivo— hizo lo que quiso, incluida una resolución al primer palo del pórtico local.
El señor Robatto no ha logrado aún que su equipo se precie de jugar equilibradamente. Y no está demás repetir el concepto. Es uno de mitad de cancha hacia adelante y otro cuando le corresponde defender, cuando debe ser protagonista solvente en campo propio. En otras palabras: defiende ineficazmente, retrocede sin suficiencia y las dubitaciones exhibidas no han pasado factura —salvo en la circunstancia puntual de la igualdad transitoria de los cariocas— pero, claro está, nada excluye que más adelante dichas falencias no puedan adquirir carácter determinante. Que el árbol, atención, no imposibilite advertir el bosque.
A la hora de proponer el cuadro hace lo adecuado. Va al frente, decidido. Busca desarticular planteamientos cerrados, como el de Tite, que agrupó a los suyos en unos cuantos metros a la redonda y pretendió romper los esquemas mediante el arma del contragolpe, a la postre emergente en contadas oportunidades.
Rodríguez y Savio, además del ya mencionado Da Costa, constituyeron un dolor de cabeza para el visitante. Y ahí se forjó el triunfo, en ese tridente que supo gravitar, encontrar espacios y provocar intencionadamente la falla adversaria.
Hay instantes en que la misión de cuidar el balón deriva en una excesiva cantidad de pases cortos, sin profundidad ni sorpresa, pero en contrapartida cabe presumir que se privilegia la paciencia, la búsqueda serena del rumbo pertinente.
La Academia, ya en el complemento, anotó el segundo cuando Flamengo hacía gala del ritmo cansino que planificó. Savio se la cruzó a Rossi mediante un remate nutrido de convicción. Se lo merecía el brasileño, que un rato antes convirtió un tanto absolutamente lícito que el venezolano Alexis Herrera (¿hasta cuándo la Comisión de Arbitraje de la CONMEBOL continuará permitiendo su histrionismo y talante caribeño a la hora de dirigir?) anuló de modo incomprensible.
Más adelante —a tono de lo anteriormente indicado— Lampe ganó brillantemente un mano a mano a Bruno Henrique. Pudo ser perfectamente el empate. Asimismo, hubo algún susto debido a una salida desprolija, cuando el visitante, con más amor propio que juego, decidió adelantarse, buscando precisamente la equivocación del dueño de casa en un sector particularmente sensible.
Por ahí el marcador quedó cortó. Bolívar desaprovechó opciones muy claras, pero también padeció sus propias carencias y puso en cierto riesgo el propósito del tercer triunfo en línea.
Puntero. Invicto. De los mejores de la Copa. No es fácil cuestionar ante semejante panorama, pero de las lecciones favorables también se extraen deducciones que alerten, que establezcan objetivamente determinada dosis de déficit. Mientras tanto, la campaña como tal resulta ser una carta de presentación concluyente, promisoria, inmejorable.
Oscar Dorado Vega es periodista.