Terminó con el que era único invicto de la competición. Convirtió en figura, durante los veinte minutos iniciales, al arquero colombiano. Jugó a través de gran parte del partido con un hombre menos. Supo acomodarse a lo que el trámite pedía. Marcó diferencia mediante un auténtico golazo. Como expresión colectiva ofreció una fisonomía compacta. Tuvo varios rendimientos individuales sobresalientes. Y, como consecuencia, aparece en zona de clasificación.
Demasiadas razones –seguramente no las únicas– para apuntalar una victoria (la tercera consecutiva) que abre la compuerta de la ilusión.
Es cierto que el visitante despilfarró ocasiones inmejorables, pero las atajadas de Camilo Vargas compensan dicho factor. Como también puede aplicarse la comparación para la negación de los palos: el travesaño se interpuso ante la intención de Robson; uno de los verticales impidió la celebración de Córdoba.
Bolivia volvió a ser –constante del aún breve ciclo de Oscar Villegas– un equipo solidario, sobre todo al tiempo de recuperar el balón y, al mismo tiempo, para capitalizar espacios libres, atraer marcas y, paralelamente, dar lugar a que en las segundas jugadas tradujera superioridad.
Y lo señalado no era una misión sencilla, sobre todo porque enfrente estaba un cuadro que, más allá de la media docena de cambios operados por Néstor Lorenzo, dispone de una mecánica adquirida y fundamentalmente suele imponer la jerarquía de sus individualidades.
El fútbol siempre demanda de planificación, que, debido a las características de cada encuentro, implica determinados libretos, pero ello no resta trascendencia e incidencia a los imprevistos. Y bastante de tal cuestión se reflejó en la expulsión de Héctor Cuéllar. Perder al pistón de marca del mediocampo, con muchísimos minutos por delante, pudo suponer una debacle. No ocurrió porque de inmediato emergió la actitud necesaria en pro de hacer frente a la coyuntura. En otras palabras: el esfuerzo se multiplicó ya no para ejercer presión intensa en terreno contrario, sino en el retroceso hasta el centro de la cancha, esperando la situación propicia que permitiera impedir el avance adversario y, a la vez, construyendo arremetidas nutridas de ambición.
La de este presente es una Selección que –al margen de atrevimiento, de personalidad, de audacia– desparrama frescura. No teme a la equivocación y si la hay se subsana con respaldo mancomunado. De tal forma que los errores gravitan menos, se disimulan, y he ahí otro aspecto esencial de la fórmula que tan buenos dividendos está originando.
Y si el conjunto respondió como la ocasión lo exigía, hubo producciones personales estupendas: Viscarra, Medina, Haquín, Robson y Terceros, desde luego, contribuyeron con este tipo de desempeños, aquellos que sostienen el andar y enarbolan el plus de calidad en el que toda victoria se afianza.
Queda mucho torneo por delante, pero este éxito –sobre un adversario tradicionalmente complicado y así lo indica la historia– deberá aquilatarse, más temprano que tarde, en su real dimensión.
Bolivia ha renacido en la clasificatoria. Y sorprende a Sudamérica. Todavía no logró nada, salvo avanzar sustantivamente en la tabla. No es poco. Al contrario. Sobre la base de futbolistas que hasta no hace mucho eran escasamente reconocidos conquista identidad, suma puntos y cosecha ese respeto que, en definitiva, no tiene precio.
Oscar Dorado Vega es periodista.