Andrés Costa es un joven e imprudente presidente futbolero. Este sábado protagonizó una vergonzosa acción —una más—: bajó de su butaca en el estadio de El Alto y fue a descargar su impotencia y su furia en contra de los que, en el banco de suplentes y alrededores de su club Always Ready, le escucharan. Con vociferaciones quería descargar su enfado por la derrota de su equipo ante Tomayapo.
Hay unas imágenes filmadas desde precisamente el sector de las graderías que muestran muy claramente cómo comenzó todo. Costa va y ataca, se acerca a la malla y descarga su artillería. Luego camina por el borde hacia la salida.
No contaba con que se iba a topar con la horma de su zapato. También caliente, Marcos Riquelme, desde el lado de la cancha, lo fue a encarar y no se guardó nada. No era la primera vez que el ex Bolívar reaccionaba así. Dolido por alguna palabrota demás ya lo había hecho antes. Jamás les permitía a los rivales un exceso contra su dignidad o la de sus compañeros. Algo duro escuchó de boca del dirigente y no se lo permitió.
Riquelme pidió disculpas después. Pidió perdón. Bien, Marcos. Hombre de pantalones. Reconoció que obró mal, que estaba “totalmente sacado” y “fuera de sí”. Estaba dolido por su reacción. Había llorado, se le notaba.
Costa, no. Lejos de poner paños fríos a lo que él había provocado por su desconcierto, molestia y enfado, en vez de admitir su torpeza, por el contrario, le echó la culpa al jugador. Sacó a relucir, una vez más, sus ínfulas de hijito de papá. “A veces las disculpas no alcanzan”, lanzó. Y pedirá, dijo, una “decisión drástica” en contra del jugador “para que no vuelva pasar”.
No debería ser así. Quizás, si hay una “ejemplarizadora” sanción, no vuelva a haber un Riquelme “fuera de sí” y, entonces, muchos otros prefieran seguir agachando la cabeza. Pero, con seguridad que seguirán pasando estas cosas —estos excesos presidenciales— si este ‘Mi pobre angelito’ continúa obrando como si creyera que es un omnipotente, y mientras no haya alguien que lo ponga en su lugar.