Otros nombres. La misma y deficitaria semblanza futbolística.
Cuando un equipo no es capaz de generar una atajada del arquero adversario se revela un agudo problema de funcionamiento. Y Ospina debió, desde el plano de protagonista – observador, vivir el partido más cómodo de su trayectoria bajo los palos de Colombia.
Otro elemento: en este juego no concluir las jugadas representa un pecado capital. Porque se brinda al rival una extraordinaria oportunidad de dañar, en medio del lógico desacomodo propio.
Los anteriores matices pintan la radiografía de lo acontecido en Barranquilla.
Si el cero se mantuvo durante casi cuarenta minutos tuvo que ver con la ansiedad del local. Que antes de ganar intentaba golear… Por suerte, para sus pretensiones, Luis Díaz hizo la diferencia. No sólo por la autoría en el tanto de la apertura, sino debido a la lucidez que irradió permanentemente. En el uno a uno se hizo imparable.
La Selección volvió a exhibir voluntad y despliegue físico hasta que las piernas respondieron. Se agrupó de mitad de cancha hacia atrás, retrocedió progresivamente, trató infructuosamente de desdoblar las marcas y —otro factor de incidencia mayúscula— no logró enhebrar conexión entre líneas, por lo cual la pelota resultó, como tantas veces, un utensilio de paupérrima posesión.
Lo desalentador es que nuevos jugadores —o al menos con breve trayectoria en la Verde— actúan desprovistos de una estrategia que no sea la de resistir hasta donde el oponente lo permita. Ellos no son, por cierto, los grandes responsables. Salvo error u omisión en todas las salidas el desempeño transcurrió mediante esa vía, más allá de los empates conseguidos en Asunción y Santiago.
Cada cotejo desgaja conclusiones, pero como el final del ciclo está próximo no constituye despropósito abordar algunos elementos a tono de balance. La inefectividad que no es más que el reflejo de un cuadro inofensivo, con poquísimas opciones tendentes a convertir. Ello condujo irremediablemente a la cesión del protagonismo, a considerar la igualdad como objetivo límite y ahí, en ese auto condicionamiento, nació una barrera infranqueable.
Conformarse con la paridad es siempre un riesgo. Que pone a cualquier cuadro más cerca del revés que del éxito.
Hizo falta en esta despedida de las presentaciones forasteras otra actitud. Menos timorata, algo más audaz. En otras palabras: un libreto que no tuviera como argumento exclusivo aguantar y defenderse a ultranza, que tampoco alcanzó nota aceptable. Tiene que ver, indudablemente, con el mensaje que parte de la dirección técnica.
La dinámica decreció en el complemento, pero de todos modos los de Rueda estiraron el marcador gracias a Borja y Uribe, dos que arrancaron como suplentes. Por momentos Bolivia buscó a ratos ser distinta, adentrarse en campo contrario. No lo consiguió porque sencillamente no estaba preparada, las ganas no bastan, menos en la competición internacional.
Y en medio de errores puntuales el contraste —que pudo ser aún de mayor dureza— cobró carácter lapidario.
No corresponde descubrir a estas alturas que la Selección corre en manifiesta desventaja a partir de una base estructurada sobre futbolistas que se desempeñan en un torneo doméstico de muy discreto nivel, pero el próximo entrenador, como tarea prioritaria, deberá instalar —por más que cueste— una actitud diferente. Y seguramente, si lo consigue, se habrá dado un paso trascendente en pos de derrotar al conformismo. Será la primera y gran barrera a superarse.
Oscar Dorado Vega es periodista.