Resultado penosamente lapidario. Situación paupérrima en la tabla, sin ningún punto, cero anotación y menos diez de gol diferencia. La CONMEBOL Libertadores está anticipadamente terminada para el Tigre (y la Sudamericana emerge casi imposible) cuando sólo recorrió la mitad de un camino tortuoso, no sólo a raíz de las puñaladas asestadas por los rivales, sino porque sus propias respuestas futbolísticas y anímicas desaparecieron.
Santos le hizo cinco sin despeinarse. A consecuencia de manejar el balón y explotar la calidad individual, el cambio de ritmo, pero también como capitalización de gruesas fallas de marca, ubicación y reacción.
En las cinco caídas del pórtico aurinegro hubo manifiesta complicidad de volantes, zagueros y del propio portero. Basta revisar el video para corroborar la distribución de responsabilidades, que bien aprovecharon Marinho, Pirani, Vinicius, Lucas Braga y Kevin.
Era frecuente –en las añoradas épocas de normalidad– atribuir desastres como el registrado en el Urbano Caldeira a la presión externa. Ahora, ni siquiera eso. Las desiertas graderías matizaron el andar de un local que no parece ser el subcampeón vigente del torneo (no por nada llegaba de dos contrastes) pero que de todos modos rompió el cero antes del minuto de juego, circunstancia reveladora en alto grado de la desconcentración reinante entre los dirigidos por Gustavo Florentín.
Y como si el panorama no fuera suficientemente desolador, ni la fortuna, impiadosa, contribuye a mitigar en algo la tormenta: Valverde y Pastor mandaron envíos al mismo vertical y Joao Paulo le atajó una clarísima ocasión a Reinoso.
Es necesaria una urgente reingeniería interna, que transcurre por buscar la memoria de juego de un plantel que se presenta –al menos para nuestro medio– no sólo numeroso, sino capaz de protagonizar, como su historia lo manda, producciones importantes.
Es que hay cuestiones conceptuales que no terminan de cerrar: ¿Cómo es posible enfrentar a un equipo brasileño, en su reducto, con sólo un hombre de neta contención? Diego Wayar naufragaba en el intento de cortar los circuitos porque Jean Mota, Vinicius y Gabriel Pirani lo superaban debido a una simple cuestión cuantitativa. ¿A quiénes tuvo alrededor ? Arrascaita, Willie, Ramiro Vaca y Cardozo, que más allá de algún eventual esfuerzo no sienten el corte como vocación.
Entonces, la defensa en su integridad asumió el peso –y no pudo– de frenar las embestidas y en general el uno a uno desnudó ostensibles limitaciones. Así se originó el descalabro.
Podrá argumentarse la necesidad de ganar en el armado de un cuadro de cariz ofensivo, pero la intención se desvanece cuando los actores no consiguen hacerse de la pelota, la ven pasar y atinan a correr sin provecho ni propósito definido.
El todavía nuevo entrenador paraguayo deberá inculcar ya un estilo, una manera de actuar, que en los dos encuentros que lleva no despunta. Es verdad que existe poco margen temporal entre compromiso y compromiso, pero urge ordenar la estructura colectiva en todas las líneas, explotar los atributos individuales y sacar a relucir la rebeldía, factor sumergido –es dable presumirlo– en razón a la racha negativa in extremis.
Hoy The Strongest clama conducción en todo orden de jerarquías y también la reaparición de algunos de sus líderes, ausentes en este borrascoso presente.
Para completar el abanico de desprolijidades se ordena el debut del defensor español David Mateos a dos minutos del epílogo, en un partido decidido absolutamente antes del intermedio. El aludido alcanzó a tocar el esférico; inútil consuelo, seguramente.
Cuando se toca fondo –exclusiva alusión al elemento competitivo– la coyuntura exige soluciones derivadas de medidas meditadas, valientes, consensuadas y aferradas al bien común, además, cómo no, del honesto reconocimiento de equivocaciones como inexcusable ingrediente de acompañamiento al trabajo cotidiano.
La presentación en San Pablo reveló, una vez más, un agudo problema de fondo, que excede a tres durísimos contrastes consecutivos y corroe, por donde se lo mire, la identidad de un elenco sumido en un letargo alarmante.
Oscar Dorado Vega es periodista.