- Wilstermann capitalizó sus ocasiones y eso marcó no sólo diferencia en el marcador, sino en el escudo anímico. El “carbonero” padeció el castigo a la inoperancia y encima acusó el impacto del esfuerzo físico.
Oscar Dorado Vega
Cuando la desventaja durante un partido se sufre en el amanecer del trámite la misión adquiere ribetes doblemente complejos. La vivió Wilstermann –aunque en este caso se escenificó en el atardecer cochabambino– y supo sobreponerse rápido, como dictan los manuales futboleros.
Fabricio Formiliano puso arriba a Peñarol en el juego aéreo tras un servicio de balón detenido y la virtud del local radicó en no decaer, en no desesperarse, en comprender que existía bastante tiempo para revertir la situación. Y así aconteció porque Carlos Melgar cambió por gol una innecesaria falta penal de Jesús Trindade a Didí Torrico para volver a creer.
El dueño de casa aplicó lo planificado. No olvidó el libreto. Desgastó a un rival que, sin embargo, durante el primer lapso dispuso de oportunidades. Bajo la batuta de Facundo Pellistri y un interesante manejo de balón David Terans y Facundo Torres pudieron convertir. En este último caso la respuesta de Arnaldo Giménez fue estupenda.
Ya se refirió la importancia de la pronta igualdad. Lo propio sucedió en la remontada “aviadora”. La etapa se consumía cuando Patricio Rodríguez recibió de Christian Chávez; Gary Kagelmacher y Rodrigo Abascal no atinaron a impedir su frentazo.
Wilstermann capitalizó sus ocasiones y eso marcó no sólo diferencia en el marcador, sino en el escudo anímico. El “carbonero” padeció el castigo a la inoperancia y encima acusó el impacto del esfuerzo físico, cuestión que se puso de manifiesto en el complemento, cuando Rodríguez, a los 10 minutos, cruzó un disparo imposible para Kevin Dawson en una jugada que inició Esteban Orfano.
De ahí en más, hasta el epílogo, el local añadió otra virtud: la de controlar el cotejo. Sin un accionar brillante ni mucho menos dejó que a ratos el cuadro uruguayo tuviera la pelota. Por eso Matías Britos se aproximó al descuento y en una carambola el palo salvó al equipo de Cristian Díaz.
El fútbol –y los encuentros en su trama particular– exige resoluciones que muchas veces se emparentan con detalles, simples en apariencia, pero determinantes en la esencia. Asimismo cuenta, y mucho, el sacar provecho de la fugacidad de ciertos pasajes en los que un elenco se encarama en asociaciones o incursiones individuales positivas.
Al margen, la convicción nunca deja de ser un arma valiosa. Los rojos encararon el pleito arrimados a la necesidad de triunfo y ese estandarte se mantuvo en pie de principio a fin.
Peñarol volvió a demostrar porque completó la serie de visitas con nula cosecha. Identificó en su andar varios rendimientos individuales muy bajos. Walter Gargano –que no es ni la sombra del volante que brilló en Italia– estaba para ser sustituido en el descanso y Mario Saralegui le regaló, incomprensiblemente, un rato a través de la parte final.
A Wilstermann le toca ahora lo más difícil. Sumar en Brasil o Chile y limpiar el aplazo ante Atlético Paranaense en el Félix Capriles. Sin ser una faena imposible no deja de ser árida. Lo de anoche le aportó oxígeno. Deberá emplearlo con tino para transformarlo en pasaporte clasificatorio o al menos tránsito a Copa Sudamericana.
Corresponde calificar su victoria de justa. Se labró a partir de una circunstancia adversa y si bien el adversario cometió errores gruesos ello no resta valía a su producción. Aferrado a la necesidad no desentonó.
Oscar Dorado Vega es periodista
Fotos: Conmebol