No le conozco a David Paniagua una sola idea en favor del fútbol boliviano. Un día dije, en un programa de televisión al que fui invitado, probablemente hace unos 20 años, que el mejor fútbol de asociación estaba en Santa Cruz. Instantes después llamó Paniagua y cuestionó mi apreciación, y no solo hizo pelotas al fútbol cruceño sino al boliviano en general. Ya tiraba bombas.
Desde entonces él y detrás suyo —generalmente camuflado— Milton Melgar dirigen a Fabol. Mejor dicho, “asesoran” a los futbolistas profesionales —como lo acaba de asegurar Paniagua para lavarse las manos—.
Pues bien. Llevan años haciendo el papel de “terroristas” a cara descubierta. Son incitadores pagados. Bombas por aquí y bombas por allá. No hay, en el último tiempo, un torneo que hubiera comenzado sin una amenaza o un paro, generalmente siempre hubo lo segundo como también ocurre ahora.
Sus demandas por supuesto en casos hay que admitirlas como válidas. Los clubes firman un contrato con los jugadores y éstos mínimamente esperan que lo cumplan, de lo contrario, tienen el derecho de exigir que así sea. O, como ahora, de pelear por lo que consideran que no es justo en relación a la conformación de un tribunal, que puede ser atentatorio a sus intereses.
Está bien. Pero hay formas.
El problema está en la inoperancia e incapacidad de Fabol. De sus asesores. Es que siempre llegan a lo mismo. Nunca arreglan las cosas en el camino, en los meses previos o semanas previas. No se ocupan del asunto en cuanto las cosas comienzan a suceder, lo dejan pasar, así que, por esa incapacidad —o porque les conviene—, siempre van a la confrontación, algo en lo que ya son duchos. Por eso llega el momento de comenzar un campeonato y, “como no hay otra”, tiran sus bombas.
Un eficaz trabajador tiene la obligación de hacer quedar bien al que le paga. Sin embargo, lo único que hace Fabol, “en defensa de los derechos” de los jugadores, es hacerlos quedar mal. Literalmente les hace meter la pata, como ahora, una vez más y van…
Dicen que no es culpa del chancho sino del que le da de comer. Efectivamente son culpables los propios futbolistas que se ríen en la norma que les da el derecho de conformar una asociación dirigida por ellos mismos, y es que en realidad están acostumbrados a no asumir responsabilidades. Su naturaleza es así: al dirigente de club le mandan a que hable con su abogado o con su empresario sobre el contrato, ellos se lavan las manos… hasta que firman y extienden la mano para meterse el dinero en el bolsillo.
Bien por los futbolistas. Son solidarios entre ellos (“Yo estoy pagado, pero a mi colega del otro club le deben hace cinco meses y no puedo quedar indiferente”). Es un gremio capaz de parar una gigante industria como lo es el fútbol y, lo malo, pensar que es la única manera de hallar una solución.
No hay lío porque ellos, tarde o temprano, van a cobrar. Sería diferente si fueran solidarios, de verdad, con su propia profesión, con el fútbol, con su club que les paga, con los dirigentes que hacen el esfuerzo para que ellos lleven el sustento a sus familias, con los hinchas que los idolatran y los quieren ver jugar.
Otro sería el fútbol boliviano si los que entran a la cancha a meter goles o a evitarlos sintieran de verdad la camiseta y se dieran cuenta de que, en vez de hacer emerger su egoísmo, debieran cuidar su gallina de los huevos de oro y no pagar a inútiles asesores a quienes, de paso, les ayudan a cultivar como algo normal el “terrorismo”, en este caso particular dada la incapacidad de Paniagua y de Melgar, ese Melgar que fue una maravilla del fútbol boliviano y mejor dejarlo ahí para intentar recordarlo como tal.