Hay maneras y maneras para describir cualquier desenlace futbolístico. De hecho, la derrota en el Maracaná era, a priori, un resultado no engarzado a la sorpresa. En algún momento Flamengo iba a despertar y a Bolívar —a despecho de sus graves y reiterados errores en campo propio— le tocó sufrirlo.
Entonces, sin desconocer las virtudes del local, es menester poner el acento en las licencias concedidas. En las facilidades otorgadas. En cómo se allanó el trabajo del rival, al punto que al partido le sobró el segundo tiempo, durante el cual el ganador sacó el pie del acelerador y aún así, a media máquina, incrementó el marcador.
Y a riesgo de rozar la majadería no es inapropiado insistir en las dos caras del equipo, que carece de equilibrio. Y el equilibrio, conceptualmente aludido, involucra la necesidad de ejecutar en medida relativamente parecida la misión de gestación y ataque como aquella entroncada a la contención y a defender.
El déficit —sin ignorar por cierto la magnífica cosecha puntuable que traduce el primer lugar del grupo— se venía manifestando, asomaba indisimuladamente como materia pendiente, llamaba a la enmienda. Y la corrección, visto está, no se registró. O, si se quiere, mantuvo penosa vigencia.
Lo señalado exige, en el corto plazo, vigilancia para enfrentar a Palestino. Y, por cierto, inexcusables recaudos frente a la muy factible clasificación.
Terminó cuatro a cero. Lampe reprimió que la caída resultara todavía más estrepitosa.
El sólo hecho de padecer un gol antes del minuto de juego revela desaplicación, miedo escénico, candidez futbolística. O capaz que un revuelto de todo.
¿O era impensado suponer que el cuadro carioca encararía el cotejo aplicando presión absoluta y asumiendo protagonismo inmediato? Contrarrestar esa previsible circunstancia representaba lo básico de la misión y ocurre que Gerson definió solo en el área, sin el mínimo atisbo de marca…
Saavedra no le encontró jamás la vuelta a la función prioritaria como lateral derecho. Y el adversario insistió una y otra vez en dañar por ese sector a partir de supremacía en mitad de cancha, ejercida por De La Cruz y Allan, abastecedores de Everton y compañía.
Sería injusto no poner de relieve que la Academia estuvo a nada de acceder al empate cuando la diferencia era mínima. Rossi y uno de los verticales impidieron que Rodríguez concluyera una magnífica acción ofensiva. La mejor del visitante.
Sin embargo, las concesiones de la zaga continuaron. Orihuela erró feo y Ayrton Lucas no perdonó. El tercero —obra de Everton— se generó tras una grosera falla del VAR, que examinó la jugada e ignoró una ostensible posición de adelanto. Incomprensible desmanejo de la tecnología.
Los de Tite regularon el andar a través del complemento, amparados en la elocuencia del tanteador. Pedro anotó el cuarto, casi como reflejo del desnivel general que el trámite manifestaba.
Está bien que Bolívar intente no descomponer su identidad. Eso implica ir al frente, faceta que lo caracteriza. Empero, dicho atributo no puede ni debe dejar de lado el agudo déficit que emerge cuando el deber compromete neutralizar las armas del oponente. Ahí radica el quid de la cuestión. Y el tono de urgencia es no sólo consecuencia de la goleada, sino una advertencia que se arrastra acompañando, inclusive, las mieles del éxito, de la punta y de la decena de puntos extraordinariamente obtenida.
Oscar Dorado Vega es periodista.