La Conmebol no debió nunca programar finales únicas de sus torneos. La idea de que la Libertadores de América se parezca cada vez más a la Champions de Europa hizo que desde la edición disputada en 2019, en vez de dos juegos —de ida y vuelta— que eran tradicionales por el título, se dispute solo uno en un estadio elegido con anterioridad. Ahí se robaron la verdadera fiesta y murió la esencia de nuestra Copa.
A partir de la primera vez no faltaron los problemas. En 2019, el partido por la corona debía disputarse en Santiago de Chile, sin embargo, por los conflictos sociales en ese país, a último momento fue trasladado a la capital peruana Lima.
En 2020 se disputó en el Maracaná de Río de Janeiro, pero en plena pandemia. Hubo unos 15 mil espectadores “autorizados” a ingresar. El ambiente, debido a la Covid-19, no era el ideal, la fiesta del público estuvo ausente.
En 2021, en el Centenario de Montevideo (Uruguay) y en 2022, en el Monumental de Guayaquil (Ecuador) fueron finales “frías”, porque ninguno de los equipos protagonistas pertenecía al país sede. Incluso costó que las butacas fueran copadas en su totalidad.
La finalísima 2023 entre Boca y Fluminense, a jugarse este sábado, tendrá un marco diferente. El estadio Maracaná de Río de Janeiro recibirá, por casualidad, a uno de los equipos que siempre es local en ese escenario y, por tanto, con mayoría de sus aficionados; al frente estará un rival argentino de los más grandes. Lindo panorama si es que en la previa no hubiera aparecido la violencia.
Desde el jueves hubo una “invasión” de los hinchas de Boca a la ciudad carioca, pero los de Fluminense decidieron “contrarrestar” yéndolos a buscar a las playas de Copacabana para corretearlos, robarles, golpearles y muchas cosas más; de paso, la policía de Río de Janeiro reprimió más que nada a los hinchas de Boca en lo que parecía una “cacería”. Contrariamente a lo que debería ser, los visitantes sintieron un clima de hostilidad que, de mantenerse, puede ser peligroso desde todo punto de vista.
La Conmebol, más allá de asegurarse en reforzar la seguridad, decidió seguir con el plan inicial de que el partido se juegue con público. Ojalá lo ocurrido no pase a mayores. ¿Cómo controlar a los hinchas fanáticos, ya sea en victoria o en derrota? Esa es la cuestión. Será difícil vivir un partido en plena paz sin pensar en la guerra que se puede desatar en cualquier momento. Ojalá que no ocurra.
La Conmebol no ha sabido medir las consecuencias a la hora de tomar la decisión sobre la final única. Imitar a la Champions no ha sido una buena idea por muchas razones por más que entregue más dinero a los clubes protagonistas: son continentes diferentes, otro tipo de hinchadas e incluso hay detalles tan importantes como los logísticos.
En Europa es fácil viajar de un país a otro en pocas horas y a precios muy accesibles, por ejemplo, en tren; en Sudamérica ir de un lado a otro se complica más si no es vía aérea, que es una opción cara. La mayoría de los hinchas no tiene esa posibilidad ni capacidad económica de la que sí puede gozar un hincha europeo, de paso allá las opciones son más baratas.
En 2018 el actual presidente de la Conmebol Alejandro Domínguez había anticipado su idea. No estaba de acuerdo con el formato de la Libertadores de entonces. “Hay que rediseñar todo”, enfatizó. “Me gustaría la posibilidad de, en un tiempo corto, tener una sola final y que se pueda ir moviendo dentro los 10 países”. Ya se ve que se salió con su gusto, de que las Copas en Sudamérica se parezcan a lo que nunca fueron.
Ojalá que lo está pasando en Río de Janeiro —agresiones, emboscadas y una desproporcionada, virulenta y parcial intervención de las fuerzas de seguridad— sirva para reflexionar y retroceder.
La Conmebol suele no hacerse responsable de lo que ocurre fuera de un estadio. El problema en este Boca-Fluminense es que habrá más gente —miles y miles de personas— pendiente del partido en las afueras del Maracaná que adentro mismo. En medio de eso, va a ser difícil ver familias disfrutando del espectáculo y de la fiesta, mujeres y niños no van a tener cabida fácil porque nadie los va a proteger ni defender ni les van a garantizar su seguridad.
Si se desata la furia de los hinchas todo lo que se haga en esa materia habrá sido insuficiente. Si antes del partido ocurrió lo que ocurrió, ojalá que después no sea peor. Que sea fútbol de verdad, que la hostilidad y la violencia no se reproduzcan.