Suele afirmarse que la tercera termina con primera y segunda sin réditos. En este caso se trasladó a la cuarta. Y es que si bien no se ganó al menos se dejó atrás el cero, circunstancia no menor si la suma fue obtenida en condición de visita.
Es verdad, también, que el resultado no alcanza para dejar el sótano de la tabla, lisa y llanamente porque uno de doce puntos es poco, muy poco.
Sin embargo, este martes, en Puerto Sajonia, hubo atisbos de restablecimiento. Asumiendo desde ya que Paraguay estuvo muy por debajo de lo esperado, Bolivia se mostró más homogénea, más convencida de su potencialidad y a eso añadió una cuota de rebeldía para evitar un nuevo contraste.
La defensa volvió a ser endeble y tuvo bastante que ver en las dos caídas del pórtico de Lampe. Porque el penal de Montero a Gómez envolvió mucha ingenuidad –Ángel Romero lo transformó en gol, pese a la intuición del arquero– y más tarde, cuando el local obtuvo la paridad definitiva, Alejandro Romero capitalizó, en plena área chica, la inacción de zagueros que sólo atinaron a mirar.
Y cuando a la luz de esta presentación el propósito se proyecta a observar el vaso medio lleno, no a la inversa, es imposible ignorar el trascendente logro de Marcelo Martins, encaramado en lo más alto del podio goleador de la Verde a fuerza de aciertos consecutivos en cuanto cotejo de la presente clasificatoria dijo presente. Se lo merece el atacante que tantas veces ha bregado solitario, librado a luchar contra retaguardias completas. Esta vez lo acompañó Álvarez, sin duda una buena decisión de la dirección técnica.
Fue precisamente el suyo el tanto que generó la igualdad parcial –Bolivia ya le había avisado a Antony Silva que podía vulnerarlo– luego de una gran asistencia de Saavedra y antes que se fuera la parte inicial la convicción del joven Boris Céspedes provocó la gran sorpresa y otro matiz para subrayar porque, en definitiva, remontar una desventaja en campo ajeno involucra mérito, virtud y personalidad.
También corresponde ratificar la mención favorable a Carlos Emilio Lampe. Conjuró dos pelotas muy comprometidas y está claro que la meta tiene dueño indiscutido.
Era de esperar la arremetida albirroja en el complemento. Ocurre que el cuadro de Eduardo Berizzo se arrimó al ímpetu y, por lo general, avanzó sin capacidad de terminar los ataques. Menos mal. Está dicho que la última línea nacional –sobre todo en el sector determinante– concedió licencias.
En cambio, el mediocampo trabajó con mayor fluidez, tanto en el quite como en la visión de crear. Su despliegue bastó para complicar al rival. Lo obligó a dividir el balón y cuando fue posible alimentó a las referencias ofensivas.
El VAR adquirió incidencia (anuló bien un gol de Gómez por posición adelantada, desestimó una presunta infracción para pena máxima de Ribera sobre uno de los Romero y, por último, corrigió las expulsiones de Rojas y Saavedra dictaminadas por el árbitro venezolano Alexis Herrera) y llevó el juego hasta los 101 minutos.
En la recta final uno de los verticales evitó el tercero del dueño de casa, pero Bolivia, a través del contragolpe, también se aproximó con cierta peligrosidad.
Quedó un mejor sabor de boca. El equipo exhibió a ratos mayor solidez, supo cubrir espacios y no padeció –salvo cuando le tocó desenvolverse a metros de su valla– como pudo presumirse con los antecedentes que llevó a Asunción.
Algo es algo. Y aunque lo dejado ir implica una cuantificación considerable –costará en demasía recuperarlo – el Defensores del Chaco sirvió como escenario para advertir leves señales de mejoría, esas que tanta falta hacían para despegarse de los papelones consecutivos y la languidez cuando hay aún tanto camino por delante.
Oscar Dorado Vega es periodista.