Bolívar anda de tumbo en tumbo. No se afirma. Es víctima de sus propias lagunas y permitió el triunfo de Guaraní a consecuencia de errores propios que prevalecieron sobre las virtudes del adversario.
Y si del equipo paraguayo algo hay que subrayar no cabe duda que es su poder de concreción. Convirtió cada vez que llegó, destapando, dicho sea de paso, la endeblez defensiva celeste.
Algo –o más de algo– no funciona en el cuadro del ahora destituido Claudio Vivas. Exhibe una llamativa desprolijidad, traducida en imprecisiones manifiestas. Juega desorientado –al menos desde que volvió la Copa– y a eso añade rendimientos particulares que están distantes de los antecedentes que acreditan.
De hecho en la apertura de la cuenta las fallas de la defensa se encadenaron para dar lugar al disparo final de Fernando Fernández, antes del cuarto de hora.
Más allá del impacto que representó la desventaja el local precisó de casi 25 minutos para generar una opción importante: cabezazo de Riquelme y pelota estrellada en el horizontal.
El dato revela por sí mismo las dificultades que acusa en función de hacerse protagonista. No es que Guaraní constituyera un rival de gran jerarquía. No. Bastaba el control que ejercía de mitad de cancha hacia atrás, avalado, sin duda, por la primacía en el marcador.
La Academia padece de una indefinición estructural que en la competencia internacional es inadmisible, más aún como dueña de casa.
El ingreso de Álvaro Rey luego del descanso (cuesta comprender cómo no fue tomado en cuenta entre los titulares) mejoró en parte la concepción creativa, una de las agudas deudas durante el periodo inicial.
Bolívar recobró el ímpetu necesario para intentar el cambio de la trama. En medio de problemas indisimulables en el trato del balón se respaldó en una actitud más agresiva, en el buen sentido de la palabra, y abusando de los centros para Riquelme, como arma virtualmente exclusiva, arribó al empate.
Cabe dejar constancia que a esas alturas ya se desempeñaba con uno menos, a raíz de una evitable expulsión de Jairo Quinteros.
La remontada pudo firmarse a través de una reiteración de Marcos Riquelme, tras cesión de Víctor Abrego, pero el delantero argentino recibió incómodo y no consiguió el acomodo necesario.
En cambio, Roberto Domínguez acertó por arriba, después de un lanzamiento de esquina, y parecía que con el epílogo a la vista el anfitrión salvaba el resultado, sin que ello significara desconocer su discreta presentación.
No obstante, la historia no estaba escrita. Nicolás Mana probó de lejos –libre de marca– y aunque hubo un sutil desvío la reacción de Javier Rojas distó de ser la mejor. El visitante capturaba la igualdad en una circunstancia aislada, fruto, una vez más, de la desatención en retaguardia.
Lo peor estaba por venir. José Florentín desnudó la pasividad de los centrales celestes y metió, de sobrepique, un frentazo letal como producto de un córner. Y así ganó el conjunto del expresivo Gustavo Costas. Sobre la hora. Capitalizando descomunales licencias, de esas que rayan en lo disparatado.
Si Bolívar no mejora su reto en la Sudamericana puede transcurrir fugazmente. Deberá replantear varios aspectos, individuales y colectivos. Sin funcionamiento no es posible aspirar a mucho y la realidad es que está bastante falto de argumentos y a partir de esa insuficiencia se desgranan múltiples inconvenientes, en cada una de las líneas.
Síntesis: a despabilarse ya, porque si el oponente te gana debido a que le simplificas la tarea no es difícil identificar el quid de la cuestión. Oscar Dorado Vega es periodista.