Es verdad que la desventaja tempranera suele descompaginar (o, al menos, afectar) cualquier planificación, pero también es cierto que los equipos deben estar preparados para afrontar la adversidad y, en la medida de lo posible, superarla. Bolivia pecó de pasividad a lo largo del debut y careció de reacción en pro de eludir la contingencia.
No sorprendió, en contrapartida, la disposición inicial de Estados Unidos. Fue la de todo local. También la de un equipo que se siente y sabe superior. No demoró para nada en demostrarlo a través de Mark Pulisic, su figura excluyente.
Antes del minuto de juego Guillermo Viscarra intervino dos veces y no hizo más que anticipar su rol en el partido: evitó —en al menos cuatro intervenciones— una derrota de contornos desastrosos.
Bolivia fue la misma de tantas veces. Es decir, un cuadro desarticulado, incoherente. Enhebrar el juego de defensa a mitad de cancha representó un auténtico calvario. Por ende, de ese sector al ataque el tránsito virtualmente no existió. No por nada el primer remate con pelota en movimiento lo consumó Roberto Carlos Fernández en el comienzo del segundo tiempo y no implicó problema alguno para el portero Matt Turner.
De manera que contar nominalmente con dos delanteros (Bruno Miranda y César Menacho) sólo implicó la mera intención —lejana de concretarse— de causar daño. Ambos deambularon sin ser asistidos y la zaga del dueño de casa se esforzó poco y nada en la misión de contrarrestarlos.
En la parte inicial —que concluyó con la ampliación del marcador, a cargo de Folarin Balogun— la selección nacional sólo motivó la respuesta del meta norteamericano luego de un tiro libre de Fernando Saucedo.
Es cierto que el ganador estableció diferencia en base a una dinámica jamás equiparada. Sin disimular que todavía es, en general, un elenco tosco compensó ciertas limitaciones técnicas con velocidad apenas recuperado el balón y supo explotar las bandas, especialmente la izquierda, con un trajinar punzante, en el que además prevaleció por diferencia de contextura física.
Antonio Carlos Zago aún no encontró la vuelta para configurar, con lo que dispone, una idea que el conjunto traduzca en un mínimo margen de eficacia. Tampoco es responsabilidad absoluta del director técnico, conviene puntualizarlo. La Verde —con llamativa indumentaria roja— tiene menos que el resto de los participantes y sólo basta apelar a un motivo: la inmensa mayoría de sus componentes se desenvuelve en una competición doméstica que no va más allá de lo discreto en cuanto a nivel de calidad, de progreso. Cuando el escenario se traslada a la esfera internacional las falencias emergen inmediatas, saltan patentes y descarnadas. Desconocerlo es como intentar tapar el sol con un dedo.
Sin embargo, no deja de ser prudente la necesidad de reclamar rebeldía, carácter, talante.
Los variados cambios tras el descanso no modificaron el accionar, salvo una que otra liviana e intrascendente llegada.
El adversario pudo convertir en otras varias ocasiones —cabe admitir que el marcador se quedó corto— si no se topaba con Viscarra, al margen de la pólvora mojada que evidenció Ricardo Pepi, que salió del banco de suplentes tan impetuoso como impreciso.
En un deporte de conjunto los engranajes de transición entre una y otra líneas deben necesariamente funcionar, cohesionarse. De lo contrario la exposición a actuaciones como la de Arlington es inevitable. Y el resultado negativo no es sino una consecuencia lógica, tristemente natural.
Oscar Dorado Vega es periodista.