Era un riesgo. Se sabía de antemano. Y salió mal. De hecho, muy mal.
A priori resultaba comprensible la reserva de recurso humano. Estaba y está claro que el gran objetivo es ganarle a Paraguay en El Alto, el martes, y por eso se obró así. La cuestión, quizás, es que no se dosificó adecuadamente la constitución del plantel que viajó a Guayaquil.
¿Tenemos potencial para estructurar dos equipos solventes? A la luz de la producción y el resultado se evidencia que no.
Nuevamente la Selección –como sucedió ante Argentina– pecó de irresolución, de aguda carencia de funcionamiento, de inoperancia.
El intento de dobles marcas uniendo a laterales y volantes resultó infructuoso. Era, presuntamente, el antídoto para frenar a un rival que iba a atacar ensanchando su propuesta. Yeboah y Plata, como punteros a la antigua, abastecieron a Valencia frecuentemente. Y se sumaron como receptores Minda, Vite y Estupiñán.
Ecuador se apoderó de la pelota en abismal porcentaje y recuperarla implicó una misión poco menos que imposible, al punto que el local adelantó sin temor a los centrales en una noche en la que el arquero Galíndez casi no intervino. Mención elocuente.
Volvió Bolivia a padecer el trámite en su campo. Lección no asimilada, sin duda, de la última salida. Sin balón el cierre de espacios no rinde frutos. Además, jugar para sólo resistir no es definitivamente posible.
Queda claro que el cotejo se rompió con la grosera mano de José Sagredo. No sólo porque el árbitro Maximiliano Ramírez, a instancias del VAR, sancionó penal (convertido por Enner Valencia) sino porque el zaguero terminó expulsado, cuando por ahí bastaba con la amonestación. Castigo tremendamente duro.
Casi de inmediato Gonzalo Plata aumentó la diferencia, capitalizando el golpe anímico que representó para los nuestros sentirse perdidosos.
El desenlace de la etapa pudo ser aún peor. Viscarra, como es ya habitual, conjuró por lo menos un par de situaciones comprometidas y a Valencia se le anuló un tanto tras revisión en las pantallas externas.
No constituía tarea sencilla la recomposición luego del descanso. Y no lo era porque la cuestión no pasaba por el reemplazo de determinadas piezas, sino que demandaba –en inferioridad numérica, vaya desafío– la reformulación del dibujo. Aunque esencialmente de disponer y aplicar otra manera de encarar la situación.
Para colmo Plata hizo rápido el tercero y de ahí en más, voluntariamente o no, el afán sólo apuntó a evitar que la cuenta se incrementara. Por eso se hizo corriente advertir a Monteiro, delantero de punta, entremezclado –también desconcertado– con quienes procuraban interrumpir los circuitos ofensivos del dueño de casa.
Minda convirtió el cuarto y Estupiñán remeció el travesaño. Un trance muy complicado.
Guillermo Viscarra y Efraín Morales fueron de lo mejor en un recuento sumamente dificultoso a la hora de hallar calificaciones aprobatorias.
No deben volverse mala costumbre estos desempeños en condición de forasteros. Es verdad que la recobrada fortaleza anfitriona sirve muchísimo, pero desenlaces como el registrado en el Monumental Banco Pichincha desdibujan la imagen del equipo y, quiérase o no, desgastan el fuero interno, así sean otros, está expresado, los actores de la próxima jornada.
A ratos Ecuador jugó a ritmo de entrenamiento. Se permitió ciertos lujos y, cuando quiso, sacó el pie del acelerador, proyectando la actuación en Colombia. Eso aconteció lisa y llanamente porque la Verde no supo ser adversaria de cuidado, desplegó otra vez argumentos llamativamente frágiles y más allá de la contingencia que deshizo el cero no exhibió siquiera la necesaria cuota de rebeldía para que el contraste no se encaramara hacia el territorio de lo aplastante, de lo abrumador.
Oscar Dorado Vega es periodista.