¿Pudo ser goleada? Sí, con seguridad. ¿Rondó el empate en ciertos momentos? ¿Asomó tibiamente en una que otra arremetida? ¿Resultado justo? Absolutamente, sin ninguna discusión.
Always Ready consumó, por segunda vez, la premisa de hacerse respetar en casa, lo que, por supuesto, no deja de ser valioso.
Tuvo enfrente a un Deportivo Táchira que no renunció al contragolpe, aunque con Michael Covea, un llanero solitario –nunca mejor aplicada la acepción– que se las arregló para ser ocasionalmente peligroso.
El local se apropió abrumadoramente de la pelota y la trasladó bien, en general, pero a la hora de finalizar sus arrestos pecó de desmedida ansiedad y abusó –como recurso repetitivo– del disparo de media distancia.
No ocultó, asimismo, el propósito de ser punzante a través del carril zurdo, donde Jorge Flores, figura, y Vander Vieira (también Christian Arabe, en buena parte del complemento) complicaron a los Fernández; Marlon y Nelson, para destapar un callejón donde se originaron los ataques –aquellos de mejor concepción– que terminaron dando lugar al triunfo.
El equipo venezolano facilitó el trámite al ser demasiado permisivo, si de marca se trata, en media cancha y tres cuartos. Prefirió el retroceso, la espera en plena área, muy cerca del arquero Cristopher Varela. Postura llamativa, de la que la banda roja sacó escaso provecho, a no ser en el tanto de la apertura: centro de Javier Sanguinetti y fusilamiento aéreo de Marcos Ovejero a los 23’ del lapso inicial.
Tal era el dominio del dueño de casa que, hasta Nelson Cabrera, sin el típico cabezazo producto de un lanzamiento de esquina, avanzó y obligó a un manotazo del guardameta. Empero, las llegadas –y la posesión del balón– se acumularon sin una terminación fina. Juan Carlos Arce fue otro que no anduvo lejos de aumentar mediante un disparo rasante que no halló el rincón ideal.
Sin embargo, cerca del epílogo de la etapa, Lucas Gómez y Marlon Fernández desperdiciaron, en una misma acción, una nítida posibilidad de emparejar.
Fue el CAR del complemento un equipo de mayor paciencia en procura de estirar las cifras. Elaboró, no apuró en exceso la circulación, pero le siguió costando resolver ante la aglomeración de los venezolanos, decididos a toda costa a impedir un desenlace contundente.
Resultó interesante un remate desde lejos de Fernando Saucedo. La atajada de Varela estuvo colmada de reflejos. Enseguida, otro frentazo de Ovejero no entró de casualidad.
Ambos directores técnicos aprovecharon el abanico de variantes y con el cierre a la vista la defensa visitante se durmió (esperando ilusamente una devolución de la redonda, luego que el árbitro uruguayo Andrés Matonte se la dejara a Rodrigo Ramallo, tras la interrupción derivada de una falta) y el arquero del Táchira, en última instancia, cometió infracción penal a John Mosquera, uno de los hombres de refresco. El colombiano no falló y estableció el marcador definitivo a los 82’.
En alguna medida el elenco aurinegro soltó amarras en los últimos minutos y Carlos Lampe debió intervenir, pero la cuestión estaba sellada.
El gasto lo asumió de punta a cabo el “millonario” y de ese modo pavimentó la ruta al éxito. Queda señalado que la diferencia debió ser mayor, pero no es menos importante considerar que en Miraflores volvió a conservar el pórtico invicto y repitió la dosis aplicada al Inter. Entre tantas actuaciones deficitarias y/o anodinas que la vorágine de las Copas nos depara, ésta no deja de ser destacable y virtuosa. De ahí que permite catalogar el vaso medio lleno al identificar nítida certidumbre y evidencia.
Oscar Dorado Vega es periodista.