Así como el gol de Miguel Terceros descomprimió parte de la tarea, la expulsión de Lucas Chávez, también tempranera, abrió ciertas incertidumbres, pero Chile –esta Roja que es la peor en décadas, no compite y la tabla así lo refleja– no estaba en condiciones de ser rival en serio, más allá de algunos apellidos (el de Sánchez es apenas un ejemplo) que no alcanzaron a resaltar ni siquiera en el plano individual.
Bolivia supo imponerse a partir de ser mejor en el centro del campo. Vaca, Villamil y Robson se apoderaron, sin contrapeso, del sector donde generalmente comienzan a ganarse los partidos. Dispuso de espacios, deliberada y ostensiblemente volcó, además, el trámite hacia la banda derecha.
Por eso, la apertura luego de apenas cinco minutos. Medina abrió un boquete, Terceros se metió entre los centrales y su zurdazo quebró el cero. Una acción tan sencilla como efectiva.
La imprudencia de Chávez pudo complicar las cosas –al menos en el terreno de la presunción– pero salvo cierto retroceso de líneas en la cancha y el “préstamo” de la pelota a un oponente sin luces el cotejo avanzó con el control siempre en poder de la Verde. Pudo ceder por momentos el lucimiento, pero no la supremacía, el dominio.
De hecho, un cabezazo de Arroyo dio en lo alto del travesaño y Villamil exigió a fondo al arquero Cortés.
En contrapartida, Lampe sólo trabajó –sin demasiado apremio– ante un disparo de Echeverría.
Chile volvió del intermedio exhibiendo tres cambios, en un intento del ahora ya ex técnico Gareca por otorgar otra fisonomía al cuadro. Uno de los hombres de refresco, Sierralta, duró muy poco en la cancha, toda vez que salió expulsado.
Si algo hacía falta para restablecer el equilibrio numérico la referida circunstancia lo consolidó.
Un tiro libre de Terceros obligó a que el portero interviniera en dos instancias. Más tarde volvió a impedir el festejo de Villamil. Al dar rebote ante un envío de Terceros, muy cerca del epílogo, propició el segundo, obra de Monteiro, una de las alternativas que operó Óscar Villegas.
Bolivia no necesitó ser avasallante para alcanzar la quinta victoria en la clasificatoria e igualar la marca de 1993. Jugó sabedora que era mejor. Lo que importaba era el triunfo y lo atesoró sin urgencia de ninguna naturaleza, casi sin exigirse a fondo, porque enfrente tenía a un oponente inconexo, que, además, perdió paulatinamente fuelle físico, pero que esencialmente reveló impotencia general para acreditar argumentos valederos.
Esta columna se escribe antes de conocerse el desenlace en Montevideo. Lo claro es que la Selección nacional arribará a las últimas fechas del torneo con chances de aspirar al repechaje. No es poco, desde luego, mantener incólume la esperanza de volver a una Copa del Mundo después de más de treinta años.
En esta penúltima actuación como local debutó una joven dupla de zagueros centrales. De algún modo Arroyo y Morales representan el valor de presente y futuro. Seguramente habrá Haquín para rato, pero este hallazgo –mérito del cuerpo técnico– no pasa desapercibido ni mucho menos.
En el horizonte aparecen dos cotejos muy complicados, pero nada ni nadie puede desbaratar la ilusión, que va de la mano con la realidad de los números que la sustentan pero que, sobre todo, encuentra en rasgos futbolísticos frescos, con algún matiz de experiencia, su razón de existencia.
Oscar Dorado Vega es periodista.