Si Bolivia hubiera jugado el primer tiempo como lo hizo en el segundo es altamente probable que el resultado se instalara en otra estación.
No obstante, se apostó por una receta conocida –bastante desgastada, infructuosa– en terreno ajeno y ante un Perú de escasas luces se escalonó la cuarta actuación sin triunfos, lo que a estas alturas de la clasificatoria no deja de ser sinónimo de riesgo en materia de pretensión.
La Selección fue distinta (como posiblemente el aficionado nacional anhelaba verla) tras el descanso. Chávez se sumó al solitario Algarañaz en ataque y Robson le inyectó al mediocampo una dinámica productiva, la que seguramente se necesitaba desde el comienzo del partido.
No era esta formación bicolor un adversario para adoptar, de entrada, recaudos extremos en materia de contención. En el centro de la cancha (de pésimo estado, dicho sea de paso) Cuéllar, Villamil, Fernández, Vaca y Terceros se agruparon para, a momentos, cortar el juego del local pero sin gestar, sin construir, sin atreverse, al punto que lo único inquietante para el arquero Gallese resultó ser un disparo que Héctor Cuéllar firmó desde la media distancia.
Cuando se dispone de sólo un delantero como referencia es imprescindible el acompañamiento de los volantes o, en su defecto, la proyección de los laterales. Eso no sucedió y como consecuencia el retraimiento dio lugar al paulatino, y casi natural, crecimiento del cuadro de Oscar Ibáñez.
Primera conclusión: la carencia de audacia adquirió peso específico, influyó de manera determinante. Y acaso –la elucubración conlleva fundamentos– era la ocasión propicia para no volver de Lima con las alforjas vacías.
Trauco y Reyna avisaron, antes que Polo –en la mejor acción colectiva de Perú– abriera la cuenta. Después Guerrero mostró que no ha perdido sapiencia y de espaldas al arco giró para estirar la diferencia.
Entonces, se desperdició un periodo. Porque si la Verde hubiera desplegado una actitud más atrevida cuando menos pudo evitar la desventaja.
Lo del complemento fue diferente. Los ingresos señalados potenciaron el esquema y, además, contagiaron al resto del equipo. Es verdad que el marcador estaba cuesta arriba, pero el elenco de Villegas asumió el control de la pelota, arrinconó al oponente y así llegó el descuento de Terceros mediante lanzamiento penal.
También quedó patente que el dueño de casa abrochó la victoria cuando mejor se desenvolvía Bolivia. Así es el fútbol. Al cabo de una arremetida aislada Edison Flores, en doble instancia de remate, fusiló a Viscarra y el tiempo restante se consumió pronto.
¿La Selección nacional descreyó de su potencial? En apariencia, sí. Y ahí radicó, en buena medida, la causa del revés. No es lo mismo, por cierto, buscar remontar que plantarse desde el vamos con un esquema propositivo, dotado de arrojo e intrepidez en adecuada y justa proporción.
Cuando al fin decidió asumir la iniciativa Perú la pasó mal. Y esa es la prueba que refrenda la aseveración tendente a resumir, sin ahondar en juicios rebuscados, de relativa validez, el trajinar de un cotejo dejado ir porque la convicción tardó demasiado en aparecer.
Oscar Dorado Vega es periodista.