Cuando Ronald Raldes anunció su retiro ameritaba hacerle un homenaje. Mínimo dedicarle la portada de la edición del día siguiente. Había decidido marcharse, un centenar de partidos después, un emblema de la selección, su capitán, grande como lo fueron otros. Él no solo había cumplido su sueño de joven sino que se había convertido, gracias a una impecable carrera futbolística, en todo un referente.
Su salto no hace mucho a la presidencia de su club ilusionaba. Un ex futbolista de tamaña trayectoria emprendía la posibilidad de producir cambios para bien en la dirigencia. Era el objetivo de Erwin Sánchez o Marco Etcheverry, de aportar también fuera del rectángulo como lo hicieron muy bien dentro de él.
Sin embargo sus primeros pasos no han sido los mejores. Raldes ya ha generado anticuerpos en su propio club. Hay vicepresidentes que lo han dejado y parece que razones no les faltan. El ex capitán ha empezado a mandar solo y no en equipo. Se olvidó rápido lo que es un equipo.
Si ahí ya ha desilusionado, lo peor acaba de suceder. También se olvidó que una vez defendió la Verde por sobre todas las cosas, y le está dando la espalda. No solo eso, ha roto el sueño de jugadores que como a él le sucedió la primera vez, querían darlo todo por la misma camiseta, la de todos. No les ha dejado y les ha ordenado abandonar la concentración.
Raldes se ha infectado de algo más grave que la COVID-19. La politiquería que también llega al fútbol lo ha hecho víctima. Lo peor es que él sabe dónde está pisando, la acepta y presume del peor camino.
Como el suyo, también otros clubes le han dado la espalda a la selección. Por eso hoy no hay jugadores de Bolívar y Wilstermann. Para qué llamarlos si los dirigentes no los quieren ceder.
No es de ahora. Viene de hace años. En el fútbol boliviano hay una minoría opositora intransigente. Son seis o siete los que no aceptan las ideas distintas a las suyas. Se quieren imponer a toda costa. Casi siempre son los mismos. Es un puñado que va por la fuerza y no por la razón. Incomoda, traba, pone zancadillas, boicotea. Ahí está Raldes ahora.
No hay temporada que no se ensucie por ese tipo de actitudes. ‘Si soy campeón resulta que todo estuvo bien, si es otro fue porque hubo mafia, corrupción’ y cosas por el estilo. Eso es creerse dueño de la verdad. Siempre una pachotada para desmerecer al otro. Cuántas cosas han denunciado y jamás las han comprobado, incluso las han olvidado, pero han vuelto con otras. Se han vuelto unos expertos en las guerras sucias.
Hay que ser claros. Guste o no hay una mayoría. Esto también es democracia. Los que la tienen la trabajaron, aunque hoy los pasos que dan también sean discutibles; los que se quedaron fuera no supieron propagar sus ideas como para traer agua a su molino. Está bien disentir, está muy bien intentar revertir, pero está mal querer hacerlo como sea. Basta de no respetar las normas, de desconocer lo que es correcto y reconocer lo que está mal. No le sigan haciendo daño al fútbol, déjenlo de ahorcar, ya no le tiren más piedras.
Basta de traiciones. Darle la espalda a la selección es una traición. Qué lástima que para ello se haya prestado un símbolo. O mejor, un ex.
Tal vez le duela en el alma a Raldes haber desilusionado a una parte de su antigua familia, a muchos de sus ex compañeros, a los de su verdadero gremio, a los jóvenes que lo vieron triunfar y que alguna vez se propusieron ser como él.
Todavía está en la retina aquél día en que Raldes se plantó ante Messi, ante el mejor del mundo. Así defendió el escudo de la Verde que besó tantas veces. Cuántas cosas buenas hizo como para borrarlas hoy de un plumazo.
Todo porque el ex capitán lamentablemente se ha contagiado…
Ramiro Siles Aparicio es editor de PREMIUM