Fue, el de Asunción, uno de esos típicos partidos en el que quien mete gol gana. Y la circunstancia es tan aplicable para un sencillo juego amistoso como en la percepción relativa a uno trascendente, de clasificatoria mundialista.
Corresponde, eso sí, aclarar que hubo un equipo —con todas sus limitaciones, baches y desprolijidades— que siempre estuvo mucho más cerca de convertir. Y ese fue Paraguay. Ya sea por la extrema necesidad de alcanzar el primer triunfo. Por la condición de local. O por el desequilibrio individual que, en general, estableció.
Bolivia resistió hasta donde pudo. Y el cero duró más de una hora en el Defensores del Chaco a consecuencia del desempeño de Guillermo Viscarra, encumbrado nuevamente como providencial salvavidas.
Y aquí corresponde detenerse porque en la alta competencia resulta inadmisible que un cuadro no sea capaz de generar siquiera una atajada del portero que tiene en el horizonte; Carlos Coronel, en este caso. La referencia es objetiva (bastará revisar el video) y tampoco constituye una deficiencia nueva, de hecho ya se la advirtió a lo largo de todo el periodo inicial frente a Ecuador.
Entonces, la interrogante despunta lógica: ¿No está preparada la Verde para acometer la misión seguramente de mayor trascendencia en el fútbol?
Podrá argumentarse que el objetivo prioritario era contener el ímpetu paraguayo y hasta cierto punto es comprensible, pero ese libreto —tan riesgoso como frágil— estaba destinado a derrumbarse apenas el marcador registrara desventaja y en ese plano apareció Antonio Sanabria, recién salido del banco de suplentes, madrugando a la zaga al capturar una asistencia de Matías Espinoza que, con movimiento previo, Gabriel Ávalos dejó pasar.
Con anterioridad, durante el primer tiempo, el arquero nacional conjuró, a través de dos intervenciones continuas, un mano a mano ante Ramón Sosa.
Lo de Bolivia, en el rubro ofensivo, no pasó de registrar tibias aproximaciones, uno que otro centro y un par de disparos desviados. Ese esmirriado bagaje de poderío refleja uno de los orígenes del revés. No el único, por cierto. Volvió a advertirse con elocuencia cuánto le cuesta a la Selección hacerse de la pelota, conservarla y emplearla atinadamente.
No era la albirroja un rival que mereciera ni por asomo tanto respeto. Sus argumentos de ejecución se redujeron a imponer ritmo físico, a controlar el balón, a ir al frente sin demasiadas ideas y, por momentos, a proponer duelos individuales en procura de quebrar el orden del visitante, que sí ingresa en la alforja de lo rescatable.
A Daniel Garnero, el DT argentino de Paraguay, le sirvieron las variantes operadas y tendentes, en varios de los casos, a multiplicar atacantes en procura de terminar con la sequía que arrastraba al cabo de las tres actuaciones precedentes. Todo lo contrario sucedió con los cambios dispuestos por Gustavo Costas. No provocaron soluciones ni de forma ni de fondo.
Las crónicas de PREMIUM se ocupan, al detalle, de traducir el inventario de este paupérrimo arranque competitivo y no hace falta agregar nada más. Sí incumbe hurgar en las causas y seguramente la primaria tenga que ver —y no es, claro está, ningún descubrimiento— con la manifiesta escasez de calidad del torneo doméstico, de donde proviene la gran mayoría del recurso humano al que se apela.
Al margen, con tan contadas sesiones de preparación, el entrenador no ha logrado inculcar ni aplicar recursos que contrarresten cortapisas y concedan al conjunto cierta identidad y coherencia en su desempeño. El funcionamiento responde a matices parciales e insuficientes y los resultados no deberían motivar extrañeza ni estupor, así atenten contra la pregonada ilusión, esa que el aficionado sujeta en cuestiones sensitivas que desplazan normalmente a las racionales.
El cero conduce inevitablemente al realismo. Y éste suele ser áspero y hasta inmisericorde en la improductividad.
Oscar Dorado Vega es periodista.