Por: Gustavo Cortez Calla
Esa época trabajaba en Presencia y viajé con Lucio Valdivia (reportero gráfico) a Guayaquil un día antes del partido. Esa ciudad todavía estaba vestida con los colores y alegorías de la reciente Copa América. Temperatura caliente y un estadio de lujo el Isidro Romero Carbo, que esperaba el choque Ecuador-Bolivia.
Ese domingo fuimos temprano al estadio. Estaba vacío. Eliminada, el hincha local decidió no apoyar a su selección. Había más bolivianos que ecuatorianos en una tribuna. El resto, despoblado. Entré con el equipo a la cancha y pensé en seguir el juego desde ahí. Me senté al lado del banco boliviano. Pero vino un oficial de cancha y al verme con libreta y grabadora, me pidió que fuera a la tribuna.
Subí en un ascensor al tercer piso. Había un pasillo largo a la derecha y otro a la izquierda. Me puse nervioso, el partido ya había comenzado y no hallaba la puerta de acceso a la tribuna. Y no había gente a quien preguntar. Vi una puerta semiabierta y entré. Era una suite. Una familia veía desde el palco la cancha y detrás de ella un parrillero y dos chefs asaban una carne. Uno de ellos me envió a unos 50 metros más allá y por fin encontré el acceso.
Todos estábamos nerviosos, ansiosos. Bolivia no estaba clasificada aún. Incluso en Rio de Janeiro el partido Brasil-Uruguay había comenzado 10 minutos más tarde. Uno pensaba mal y se ponía mal. “Esto está arreglado” pasaba por la cabeza. Pero el gol de William Ramallo hizo justicia en cancha porque Bolivia había jugado esas Eliminatorias a un gran nivel.
El festejo fue de todos. Casi se cae mi grabadora cuando levanté las manos. Los hinchas bolivianos se volvieron ‘locos’ en la tribuna. En el rectángulo, el equipo formaba una montaña humana sobre William. Y el árbitro, Jairo Toro, que había pitado el gol, corría y parecía que se sumaba a la celebración verde.
Ese gol cambió todo. En Rio, Brasil no quiso correr riesgos, ganó 2-0 y, pese al empate de Ecuador (1-1), Bolivia ya había sellado su clasificación. Al finalizar el juego, Xabier Azkargorta salió disparado del banco como si tuviese un resorte en los pies. Tiró el cigarro que tenía y corrió a abrazarse con los jugadores. La emoción fue tan grande que todos lloraban de alegría. Había costado tanto esfuerzo, que el pasaje a USA 94 fue un gran desahogo.
Bajé unos minutos antes del final y me entremezclé en medio del festejo. Todos se abrazaban. Casi nadie hacía declaraciones. Los ecuatorianos ‘desaparecieron’. Dejaron el campo avergonzados, entre ellos un orgulloso Dussan Draskovic, el DT. Dejaron todo el espacio a Bolivia.
Carlos Trucco corrió a la tribuna. Parecía una araña. Trepó el alambrado y festejó con los hinchas bolivianos, que no pasaban de las 200 personas. Pero el eco del estadio semitechado agigantó sus gritos. Fue un día histórico. La mecha se había encendido en Guayaquil, pero el festejo explotó en todo el país.
Escribí en las oficinas de El Comercio. Los colegas me felicitaban. Ya había caído la noche y por la televisión veía de reojo el festejo boliviano en El Prado de La Paz. Trabajamos hasta medianoche. Enviamos las notas y fotos y por fin respiramos profundo. Y dejar Guayaquil al día siguiente fue especial, porque volvíamos al país con el boleto sellado al Mundial 94.
Gustavo Cortez Calla es periodista, en 1993 fue enviado de PRESENCIA al partido Ecuador vs. Bolivia por las eliminatorias mundialistas.