Esfuerzo innegable. Voluntad a raudales. Empeño vital.
Todos atributos valiosos, rescatables. Sin embargo, no alcanzó. ¿Por qué? Probablemente porque nuevamente se dejó ir un periodo –características más o menos próximas ya aconteció en Lima– en un contexto de inoperancia ofensiva.
Y para un partido definido como crucial dicho déficit gravitó. Y mucho.
Porque cabía ahogar a Uruguay. Desde el principio. Sin concesiones. Y se le permitió aguantar y resistir sin los apremios que seguramente el propio visitante tanto temía.
Es cierto que el arquero Sergio Rochet se encumbró como manifiesta figura y cuando, en el segundo tiempo, Ramiro Vaca lo superó el palo devolvió el balón y la acción continuó con un disparo de Gabriel Villamil desviado por centímetros.
Bolivia debió ser, en la parte inicial, un equipo más intenso, más veloz (como lo fueron, por caso, los alcanza balones) y dicha carencia dio lugar a que el rival tuviera menos dificultades de las presumibles. Porque una cosa es desplegarse aliándose a la paciencia y otra, bien distinta, es dejar de lado, al menos en un segmento importante, la dinámica que el cotejo y la circunstancia exigían.
Que la representación charrúa perdiera tiempo era lógico, previsible. El cuadro de Marcelo Bielsa buscó descansar con tenencia de pelota y la tuvo poco, pero la Verde no supo capitalizar –a pesar de ese voluntarioso esfuerzo– la posesión porque una vez más el recurso del disparo de media y larga distancia alcanzó carácter recurrente en desmedro de otras vías que perfectamente también pudieron ensayarse.
En descargo de Óscar Villegas cabe indicar que probó, de mitad de cancha hacia arriba, casi todas las opciones que tenía a mano. Buscó refrescar el ahínco y no hubo caso porque la última ocasión la protagonizaron justamente dos hombres emergentes del banco: centro rasante de Moisés Paniagua que Carmelo Algarañaz no consiguió empalmar con la valla desguarnecida.
Otro dato que identifica el cariz del encuentro es que Uruguay no exigió nunca a Guillermo Viscarra y eso que en el complemento la artillería pesada se tradujo en el ingreso de hombres como Darwin Núñez, Federico Valverde y otros.
El dueño de casa alcanzó en la fracción final la fisonomía de juego necesaria, sumó meritocracia como para ganar, creció en funcionamiento y faltó resolución –lo principal, lo que desnivela– porque era un encuentro que seguramente se resolvía con sólo un gol.
Dentro de la valoración conceptual Ramiro Vaca volvió a ser el mejor de la Selección nacional porque entendió, de principio a fin, lo que correspondía hacer, sobre todo en materia de gestación y aprovechamiento de su distintiva capacidad de remate.
En todo caso la intranquilidad del público –que no dejó de ser comprensible– surgió debido a la ineficacia en la decisiva hora de consumar superioridad. Suele señalarse que en fútbol el gol es lo trascendente. Y sí, marca absoluta diferencia. Esa que lamentablemente no se registró. En parte porque el portero adversario cumplió sin fallas. En parte porque la fortuna no acompañó el afán. Y también porque, sin dudas, la asignatura de resolver está al debe.
Oscar Dorado Vega es periodista.