Sí, mucho, demasiado trecho. Así como fueron tres (festival de Messi) pudieron ser cinco, porque Lampe evitó dos, sin contar las opciones que Martínez y De Paul desperdiciaron.
El discurso no alcanza, en definitiva, a justificar el matiz injustificable.
La radiografía del partido lo revela. La Selección tuvo apenas una oportunidad clara: la marró Henry Vaca, que dentro del área no acertó con el arco. En el segundo tiempo hubo un disparo de Justiniano, que exigió medianamente a Musso, y con el final cercano Martins cabeceó, sin consecuencias, al conectar un servicio de esquina. Muy poco.
Estaba claro que existía un favorito y al ritmo de su insigne abanderado sacó adelante la tarea sin sensaciones de patente esfuerzo y permitiéndose, inclusive, algunas imprecisiones defensivas.
La cuestión vuelve a ser cómo se paró el equipo. Qué respuestas evidenció. Cuánto de exigencia le generó al adversario. Dónde estableció una pauta para avalar una determinada estrategia.
Y ahí emerge —sin que el análisis obligue a escudriñar demasiado, porque se trata de falencias repetidamente identificadas— el debate porque con cinco zagueros (los laterales no se atrevieron casi nunca al descuelgue) y buena parte de los volantes desenvolviéndose en terreno propio el trabajo apuntó a resistir. Y el aguante, como en Montevideo, no duró siquiera un cuarto de hora sin que la trinchera resultara vulnerada.
Lo anterior como perspectiva macro. En cuanto a los detalles el registro incluye exceso de infracciones, salida desprolija, incapacidad para la recuperación del balón y ráfagas brevísimas de tenencia, sin ignorar las diferencias que el rival —al compás de un toqueteo muchas veces cansino, aunque también paciente— sentenció en materia de velocidad mental.
La presunción es que se quiso evitar la dura experiencia ante Uruguay. Y para eso la orden transcurrió por agruparse, jugar en corto y bloquear todo lo posible, más allá que José Sagredo, por caso, la pasó mal en el afán de contener a Di María y Molina, que se alternaron en el carril derecho del ataque albiceleste.
De todos modos, un cuadro desprovisto de argumentos creativos —y para colmo feble a la hora de marcar— no puede aspirar a demasiado y ello obligó a que luego del descanso ingresara Ramiro Vaca. El inicio del complemento mostró lo menos deficitario de la Verde, sobre todo porque se atrevió a avanzar unos cuantos metros y a no conceder totalmente la iniciativa al oponente. Lastimosamente este breve pasaje lo interrumpió la ampliación del marcador y la tónica volvió a ser muy parecida a la del arranque.
La coyuntura, asimismo, decidió el desenlace. Así hubiera media hora de trajín por delante, durante la que se produjo la rúbrica al resultado.
Podrá afirmarse que el cotejo lo decidió Lionel Messi y su triplete es un súper argumento para entender lo acontecido en Núñez. Sin embargo, como se trata de un juego colectivo corresponde ir al examen del rendimiento global, donde inequívocamente la representación nacional —luego de nueve presentaciones en el torneo— no asoma como una expresión definida, haciendo abstracción de los nombres.
Transcurre, impotente, entre el querer y no poder. Asume disposiciones incorrectas y la factura se paga cara.
Es más, lo incomprensible tiene que ver con la majadera insistencia en transitar una ruta fallida, insostenible, privada de contornos tendentes a capturar mejoría, progreso.
Tenemos menos que otros seleccionados —admitirlo es no fallarle a la realidad— pero los atributos disponibles, así sean escasos, deben ser aprovechados tal como se exprime un limón, hasta la última gota. Y desgraciadamente esta premisa va en contrasentido del reflejo que delata la campaña y, sobre todo, las actuaciones.
La ilusión que se transmite a los cuatro vientos (casi como una proclama perteneciente a otro ámbito) tiene que ir acompañada de fundamentos, de soportes concretos, de convicciones basadas en los recursos existentes. Hoy da la impresión de que la burbuja deambula extraviada, acaso porque nunca terminó de consolidarse aquello que algún día se instaló como pretensión.
Oscar Dorado Vega es periodista.