No puede ignorarse, de entrada, que Always Ready alcanzó el primero de sus propósitos. Ganó e irá con ventaja a Montevideo. La circunstancia, sin duda, obligará a que Nacional revierta la situación y dependerá del equipo de El Alto acomodarse y actuar en función de aquello.
Tampoco puede desconocerse que el triunfo de la ida es tan escaso como inquietante.
No tanto por la cifra mínima, sino porque en el funcionamiento la ausencia de gestación, de inventiva, de creación, puede explicar en buena medida el transcurrir de un partido de generoso gasto –vano, espeso, físico, de estrellarse una y otra vez con un frontón– para tan magro rédito.
En el concepto corresponde incluir la apertura (Darlison Rodrigues de Souza) antes del cuarto de hora. Ideal como para encaminar cualquier planificación ante un rival timorato, replegado, pero consciente, en su orden, del libreto a ejecutar.
El dueño de casa exhibió sólo dos armas en procura de lastimar. El disparo de media distancia, sobre todo en la parte inicial; y los centros proyectados desde el flanco izquierdo, una constante durante el complemento. Y pese a que oportunidades no faltaron (de hecho, el arquero Luis Mejía se alzó como una de las figuras del Bolso) cabía agregar otros argumentos, esos que se emparentan con la inspiración individual, con el cambio de ritmo, con el pase filtrado punzante, que apenas si apareció en una oportunidad, la que a la postre desequilibró.
Los de Álvaro Recoba se movieron casi siempre en una superficie no mayor a treinta, treinta y cinco metros. Con un 5-4-1 muy nítido en el periodo primario que después, en la última fracción, mutó a 4-4-1-1. La premisa de ser un cuadro aglomerado, sin desconcentraciones y solidario quedó patente de punta a cabo. Claro mérito. Y ahí radicó, asimismo, otra de las claves del trámite. El elenco de camiseta azul concibió el compromiso como la porción inaugural de un asunto extendido a ciento ochenta minutos, de manera que el revés en Villa Ingenio no le sentó mal, a juzgar por los rostros que la televisión registró tras el epílogo. El local, en cambio, pretendió liquidar la llave en el episodio de ida. Lo consumó muy a medias, de ahí que el tibio festejo apenas si traspasó el límite de la mesura.
Cada cotejo implica una historia diferente (verdad de Perogrullo) y el público –que dejó sentir silbatinas– presumió que la trama podía asemejarse a la del encuentro con Sporting Cristal en Villa Ingenio. Nacional examinó con detenimiento el video de aquella ocasión y no cometió los graves errores que el elenco limeño puso de manifiesto en apenas una etapa.
Hubo, asimismo, en el andamiaje de la banda roja algunos desempeños flojos. La despedida de Dorny Romero no fue la esperada y los relevos que Óscar Villegas mandó a la cancha no gravitaron en medida sustancial.
Entonces, entre las carencias de uno –al margen del elogio que amerita su irrenunciable trajinar– y la disciplina táctica de otro, que jamás exigió al portero Alain Baroja, pero eso no le interesó, se dio un partido con exceso de imprecisiones, interrumpido, en el que la lucha se impuso al juego.
El segundo tanto estuvo, más de una vez, en el desempeño aéreo de Wesley Da Silva, pero sus cabezazos terminaron anchos. El VAR dilucidó una conquista lograda con una posición adelantada muy fina. La estadística señalará, durante una semana, el ínfimo éxito de Always Ready, que seguramente, por ímpetu, mereció otra distancia numérica pero, en contrapartida, no la obtuvo porque se obnubiló, no encontró caminos y expedientes que el sólido cerco adversario exigía como respuesta efectiva. Se repitió en demasía, una falla que condenó la meta de ampliar el marcador, pretensión tan anhelada en equivalencia como el triunfo en sí mismo.
Oscar Dorado Vega es periodista.