Un siglo representa demasiado tiempo y desde luego que la aseveración no descubre nada.
Si hubiera que seleccionar hoy cien nombres o circunstancias icónicos de la vida institucional de Bolívar seguramente la misión no sería sencilla ni mucho menos. Precisamente por lo señalado en el encabezado de estas líneas. Y también porque existen historias nutridas de riqueza y ésta, en particular, atesora dicho peculiar atributo.
Entonces, el columnista se abstiene –excusas desde ya– de identificar personajes y/o eventos para eludir el serio riesgo de involuntarias cuanto lamentables omisiones.
La fecha, en todo caso, invita a ponderar el ostensible arraigo popular de un club de fútbol cuyo magnetismo trasciende más allá de generaciones y de cualquier tipo de lógicas (las hay numerosas) a las que se intente apelar.
He ahí –quizás– la mayor de las singularidades que distingue a la entidad y a su pueblo. Habrá quienes, y con toda razón, subrayarán récords competitivos y es, por supuesto, una de las tantas vertientes derivadas de esa magnífica trayectoria instalada no sólo en Tembladerani, Obrajes o Ananta, sino proyectada a todo el país y con certeza que más allá de las fronteras.
El club Bolívar es sinónimo de representatividad, de sentimiento. Ello abarca a quienes, en una o cualquier función, trabajaron, trabajan y trabajarán en pro de su engrandecimiento, del progreso que de por sí demanda la sola denominación celeste.
No obstante, la mencionada energía no se limita a ese concierto. Avanza –con la infinita pasión que este deporte genera– y toca a todos (as) que reservan en su ser un espacio de privilegio a la pertenencia, a saberse integrantes, en mayor o menor medida, de una comunidad que conmemora éxitos y encara, a fuerza de resiliencia, adversidades. Porque el camino está hecho de luces y sombras y la Academia lo sabe muy bien.
La referencia también alude a una gran marca, factor sustantivo en los tiempos que corren. Una marca deportiva, obviamente, pero también corporativa. Un signo de reconocimiento pleno que en los últimos años ha ganado preeminencia, aunque ya como faena de la segunda centuria corresponderá amplificar para alcanzar, por caso, el objetivo de la autosustentabilidad, requisito imprescindible en el balompié profesional moderno.
De manera que los desafíos, dentro y fuera de las canchas, suman y siguen. En el tiempo de la merecida festividad asoman nuevos propósitos, como seguramente despuntaron en 1925, el origen, y, asimismo, durante abril de 1975, en oportunidad de la conmemoración del cincuentenario.
Bolívar acarició en el pasado reciente anhelos competitivos de carácter internacional. Momentos, sin duda, inolvidables para sus huestes y memorables en la recopilación estadística general, no abundante, claro está, de hitos en materia de esas conquistas destinadas a integrarse a la bitácora emblemática. La actualidad –como ya es casi una sana costumbre– lo tiene inmerso en el afán de marcar diferencia en la CONMEBOL Libertadores y acaso sea la ocasión ideal de encumbrarse hacia un sitial inédito, soñado.
He aquí el reconocimiento que supera largamente la connotación de una entidad futbolística y explicarlo –o entenderlo– obliga a sumergirse en al menos dos planos; el de una gigantesca familia y el de la inequívoca raigambre. Ambos elementos, está dicho, superan en importancia al mayor de los triunfos.
El excepcional García Márquez dio vida eterna a Cien Años de Soledad.
Cien Años de Gloria no desentonan como cita en esta ocasión.
Oscar Dorado Vega es periodista.