A estas alturas de la clasificatoria la prioridad es una y abarca a todos: sumar. Estaba más que claro antes del partido y el resultado —incuestionable— se encumbra por encima de las formas.
Sería un atentado contra la realidad ignorar que Uruguay, autoflagelado, “fabricó” dos de los tres goles, pero también corresponde resaltar que Bolivia remachó la victoria jugando con uno menos y sin el menor atisbo de conformismo.
A veces se gana usufructuando virtudes y atributos. En otras, capitalizando lo que el rival dejar de hacer o, definitivamente, hace mal.
Porque mientras duró el cero a cero —casi media hora— el desarrollo lindaba en lo discreto y era un juego de intenciones, muchas de ellas consumadas erróneamente. El visitante no disimuló, desde el pitazo original de Sampaio, que firmaba sin vuelta de hoja el empate y se instaló con diez de los once en campo propio.
Entonces, a ambos los arcos les resultaban demasiado lejanos. La prueba objetiva es que antes de la caída inicial —una falla clamorosa, impropia del profesionalismo de este juego— Fernando Muslera no había necesitado de intervenir ni siquiera con exigencia mínima.
El local buscaba cómo llegar pero no daba con el camino adecuado, ya sea porque el panorama aparecía cerrado o porque su ansiedad daba lugar a que el balón quemara y se perdiera rápido, algo que en la vereda de enfrente era tanto o más agudo.
Y es que también corresponde anotar que la más clara le quedó a Nahitan Nández, que no supo resolver una flaqueza de la defensa.
Luego, el desequilibrio letal. Un centro de Juan Carlos Arce se le escurrió asombrosa e inexplicablemente al arquero y con el final de la etapa a la vista Muslera, Diego Godín y Matías Vecino se entretuvieron en el área, propiciaron un absurdo lanzamiento de esquina y Arce (figura excluyente del encuentro) lo ejecutó para que Marcelo Martins, frentazo mediante, superando a los centrales, se reencontrara con el festejo.
El marcador estaba forjado por errores gravísimos y así partieron al descanso.
Era lógico que el perdedor reaccionara en el complemento. Y durante un rato, disponiendo de Luis Suárez y Giovanni González, que salieron del banco, presionó y generó alguna ocasión de descuento, como que José Sagredo protagonizó un despeje extremo, sobre la línea de sentencia.
La ampliación pudo cristalizarse desde el punto penal —falta clara de González sobre Carmelo Algarañaz— pero Martins elevó el disparo.
El goleador exigió, minutos más tarde, a Muslera con un cabezazo y casi enseguida el delantero de Always Ready, que sustituyó a Víctor Abrego, volvió a ser expulsado en el torneo, producto de una entrada temeraria frente a Godín.
Bolivia no sintió la desventaja y tampoco cedió en el afán de ir por más. Ello posibilitó el tercero, consecuencia directa de la persistencia, de la ambición: magnífico centro aéreo de Fernando Saucedo y la cereza sobre la torta en la destacada faena del “Conejo”.
Los expedientes tendentes a obtener una victoria son distintos en cada presentación y los factores para ello adquieren múltiple naturaleza e ingresan en el recipiente de las circunstancias que envuelven a los cotejos.
El cuadro de Oscar Tabárez pagó durísimo sus desaciertos, vinculados a su desempeño como tal y proyectados, en la medida que el trámite avanzó, hacia la faceta anímica.
La Verde necesitaba imprescindiblemente el oxígeno de los tres puntos. Y la consecución del propósito permite culminar el año sin que el adiós anticipado de anteriores eliminatorias se repita. Cabe ponerlo de manifiesto porque es importante y valioso seguir en carrera. No se marchitó la ilusión. Gratificante; por supuesto que sí.
Oscar Dorado Vega es periodista.