Ramiro Castillo Salinas (Coripata, 27 de marzo de 1966) comenzó a mostrar sus dotes de buen futbolista a los siete años, cuando jugaba a la pelota con otros niños del pueblo.
Tenía mucho talento, derrochaba habilidad y superaba a sus rivales las veces que quería. De pequeño daba uno espectáculo aparte en una improvisada cancha del atrio del templo coripateño.
El inolvidable “Chocolatín” hubiera cumplido 55 años, pero decidió refugiarse en la eternidad cuando tenía 31, dolido por el fallecimiento de su hijo José Manuel en ese fatídico 1997.
Familia futbolera
Francisco Castillo, panadero de oficio, y Primitiva Salinas, ama de casa y dedicada a la venta de comida en esa población de Nor Yungas, fueron los primeros en disfrutar del talento de su hijo.
“A mi mamá le gustaba el fútbol, siempre escuchaba las transmisiones de los partidos, más cuando se trataba de enfrentamientos de selecciones de Yungas. Y cuando jugaba mi hermano, ella estaba en la cancha. Era la primera en alistarse para ir a alentarnos, porque en varias selecciones del pueblo jugamos los hermanos Castillo”, rememora Eloy, el mayor de seis (tres varones y tres mujeres).
Eloy como arquero, Ramiro e Iván como futbolistas de campo, llegaron a jugar en la máxima categoría del país.
Ramiro no tenía un físico privilegiado, pero eso compensaba y con creces con su talento. Evitaba ir al choque y lo hacía con habilidad, gambeta y velocidad, de mente y cuerpo, para poner el balón a los pies de un compañero o liquidar al golero rival.
“En esa época no había escuelas de fútbol. Mi hermano nació con talento e inteligencia. No he visto un futbolista tan bueno y con esas ganas de ser grande. Como Ramiro no habrá otro en los Yungas. Jugaba con la cabeza y los pies, era hábil, rápido y ponía la pelota donde quería”.
Cuando los chicos se reunían para pasar la tarde jugando, los jóvenes y mayores se reunían alrededor de la improvisada cancha como espectadores privilegiados para ver y disfrutar del talento del “Chocolatín”. Él se divertía y también divertía a quienes lo veían.
El primer salto
Tenía unos 15 años cuando lo llevaron a formar parte de la selección de Coripata, asumió el desafío y no se achicó frente a los grandes, muchos con experiencia en clubes de La Paz.
Eloy cuenta que en un partido en Guanay hizo maravillas con la pelota. “Una persona me dijo: ‘sus piernas están llenas de dólares, tiene que ir a la Liga’, lo decía por su manera de jugar”.
En ese tiempo el exarquero ya militaba en The Strongest, entonces habló con sus padres para trasladar a Ramiro Castillo a La Paz. Después de varios intentos, doña Primitiva aceptó la voluntad de sus hijos y solo les recomendó no descuidar el estudio y ser responsables.
Los Castillo, Eloy y Ramiro, se instalaron en Villa El Carmen. El primer club que tomó contacto con ellos fue Pucarani, de la Asociación de Fútbol de La Paz (AFLP). Poco tiempo después pasó a Municipal, donde estaba de técnico Hans Soliz, un recordado formador de futbolistas.
Empezó a mostrar sus dotes en los torneos paceños hasta que “Muni” le quedó chico y le aconsejaron buscar algo mejor, por eso su hermano tuvo la idea de llevarlo a Achumani.
Era 1984, Ramiro tenía 18 años, fue cuando llegó hasta el estadio Rafael Mendoza Castellón, donde Wilfredo Camacho, el capitán del seleccionado campeón del Sudamericano de 1963, tenía a su cargo la dirección técnica.
“Le dije ‘tengo a mi hermano Ramiro en La Paz y quisiera que lo vea jugar, es buen futbolista’. Me dio el visto bueno y lo llevé al entrenamiento”.
“Chocolatín” convenció en la primera práctica, entonces Camacho dijo: “Este chico se queda”.
El apoyo para crecer
El defensor Luis Iriondo (+), también nacido en los Yungas, colaboró y asesoró para la firma del primer contrato. Eran tiempos en que el futbolista pasaba una prueba y si era aceptado se vinculaba a la categoría que le correspondía, según su año de nacimiento. Pero el “Chocolatín” fue directo al primer plantel. “Fue la única vez que alguien le ayudó para firmar. Vivo como era, solito negoció sus cosas después”.
Debutó en un clásico y le marcó un golazo a René Bilbao, entonces arquero de Bolívar. De inmediato despertó el interés del periodismo y de los hinchas que empezaron a conocer su figura.
Siguiendo las recomendaciones de la familia, en paralelo a la práctica del fútbol completó sus estudios y obtuvo el bachillerato en el turno nocturno del Colegio Miguel Cervantes.
“Era inteligente, le pedí que siguiera una carrera universitaria, pero él quería jugar conmigo en el Tigre. No lo pudimos hacer porque en su primer año allí yo me fui a Chaco Petrolero y tampoco pudimos enfrentarnos en partidos de Liga. Se quedó y terminó siendo un gran stronguista”, afirma Eloy.
En cambio se enfrentó en clásicos, coincidió en convocatorias a la selección y jugaron juntos en Bolívar con Iván, el hermano menor de los tres exfutbolistas, un zurdo también de buen fútbol.
Un grande muy querido
Los Castillo formaron parte del exitoso seleccionado que jugó las eliminatorias de 1993 en las que Bolivia obtuvo la clasificación al Mundial de Estados Unidos por mérito propio.
Pero solo Ramiro Castillo llegó al Mundial de 1994.
Pasó a ser el yungueño más famoso en el plano deportivo. Su talento lo llevó a jugar en el balompié argentino, primero en Instituto de Córdoba, luego en Argentinos Juniors, River Plate, Rosario Central y Platense. En Chile militó en el Everton de Viña del mar.
A su regreso al país lució la camiseta de Bolívar, su último club.
Cada fin de año, en sus vacaciones, el “Chocolatín” llegaba a Coripata con su vehículo lleno de juguetes y regalos para niños y jóvenes del pueblo y de las comunidades vecinas. Jamás perdió la humildad y siempre compartía con amigos con los que de niños jugaban.
“Era siempre bien recibido, lo querían mucho, en Navidad llevaba regalos. Era todo un acontecimiento su presencia. En los días previos la noticia de su llegada hacía que toda Coripata se prepare. Era humilde, jamás fue agrandado, así lo recordamos”.
Ya en ese tiempo tenía la idea de construir un estadio gigante de fútbol con césped natural para que los chicos pudieran desarrollar su talento. Incluso tenía elegido el lugar. Conversaba con la gente sobre sus planes y lo escuchaban atentamente.
No pudo ver cumplido su sueño. Varios años después su pueblo cuenta con un escenario con capacidad para 10.000 espectadores y en homenaje póstumo lleva el nombre de Ramiro Castillo.
Con recursos propios, su hermano Iván colaboró para algunas refacciones en el escenario, como el pintado de tribunas, instalación de casamatas y construcción de espacios como el Museo del Fútbol Yungueño, donde entre varios recuerdos está la primera camiseta de una selección juvenil que lució Ramiro. En ese tiempo se la regaló a un amigo, quien al enterarse del proyecto la entregó como su aporte.
La recta final
Castillo era querido en La Paz y en Bolivia, por eso el expresidente Jaime Paz Zamora lo tentó para que formara parte del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en una campaña por la presidencia.
“Nos contó que tuvo una conversación con Paz, creo que le propuso ser nominado para diputado o senador por La Paz o lo quería para trabajar desde un Ministerio en favor del deporte. Mi hermano amablemente respondió que no, que su interés en el momento era aportar al país desde el fútbol y que cuando se retiraría estaría abierto a escuchar posibilidades sobre cualquier actividad”.
En 1997 el dolor lo venció. El 29 de junio Bolivia amaneció enfervorizada de fútbol. Era el día de la gran final de la Copa América organizada en el país, con la Verde finalista contra Brasil de Ronaldo, Cafú, Roberto Carlos, Dunga, Edmundo y otras estrellas.
Antonio López era el DT nacional y tenía a Castillo entre los titulares. En un ambiente aledaño al vestuario el equipo realizaba el ingreso en calor y hasta ahí llegó la noticia de que el pequeño José Manuel, su hijo mayor, estaba con una grave enfermedad.
Omar Rocha, fisioterapeuta de la selección, coripateño de nacimiento y amigo desde la infancia de Ramiro, le comunicó la noticia. “Le avisé y salió corriendo del vestuario, se fue a ver cómo estaba José Manuel”.
No jugó. Dos días después el pequeño falleció en una clínica de la zona sur de la ciudad.
“Chocolatín” no pudo recuperarse del dolor que le ocasionó la temprana partida de su hijo y el 18 de octubre de 1997 decidió partir a la eternidad, a los 31 años.
Eloy no duda en ponerlo a la altura del “Maestro” Víctor Agustín Ugarte, de Erwin Romero, Ovidio Messa, Carlos Aragonés y Marco Etcheverry, los mejores futbolistas bolivianos de todos los tiempos.
Además del estadio de Coripata, una calle de Coroico, avenidas y calles de La Paz y El Alto llevan su nombre para recordarlo por siempre.
Frente al templo de su pueblo, allí donde el “Chocolatín” exhibió sus primeras cualidades técnicas al extremo de hacer chilenas sobre el cemento, está una estatua en homenaje al fútbol yungueño y a Ramiro Castillo, para recordarlo por siempre y para que los chicos de hoy alimenten sus sueños de llegar a ser algún día como él.