De lo malo —si usted prefiere, pésimo— también es posible escudriñar para hallar matices al menos rescatables. No se trata, por cierto, de evadir la realidad, sino de ensayar un ejercicio, no sencillo, por cierto, relativo a poner de manifiesto que a pesar de la paliza siempre es posible un pincelazo redimible.
Porque después de un cinco a uno, que pudo ser bastante más amplio, lo cómodo es desatar la pesada artillería del reproche.
¿Alguien pensó o supuso que Bolivia podía hacer frente a Brasil en Belén? ¿Resiste una mínima comparación el paralelo inherente a la jerarquía, colectiva e individual, de uno y otro? ¿Dotaba la estadística alguna cuota esperanzadora? Y las interrogantes pueden agregar varios etcéteras…
Entonces, no ingresa en el terreno del desatino asirse de lo siguiente: la muy buena actuación de Viscarra en el primer tiempo; penal atajado a Neymar y extraordinaria contención ante un cabezazo de Richarlison, para citar sólo dos de sus intervenciones. La presencia efectiva de jóvenes como Céspedes, Villamil y Suárez en calidad de titulares (después ingresaron otros) con la imperiosa necesidad de curtirse en batallas de alto calibre porque la imprescindible renovación lo demanda. Y, por último, el golazo de Ábrego, dotado de una resolución, en calidad, equivalente a cualquiera de los tantos del local.
Lo señalado no impide, en absoluto, poner de manifiesto que la estrategia de resistencia (la misma, exasperante y baldía, de tantas y tantas oportunidades) se deshizo apenas Rodrygo abrió la cuenta porque Bolivia jamás cambió de actitud y casi siempre limitó su desenvolvimiento al campo propio, al punto que recién en el minuto 63 Héctor Cuéllar obligó a una atajada de Ederson.
El fútbol, sin apoderarse de la pelota, no conduce a ningún destino favorable y el dueño de casa lo manejó en medida abismalmente considerable.
Si la Selección va a encarar de esa manera las presentaciones fuera del Hernando Siles el futuro, sin duda, no será halagüeño.
Es verdad que el equipo actuó con dos líneas, las de defensa y mediocampo, muy próximas en la pretensión de cerrar espacios al adversario, pero, por citar un caso, ambos laterales sufrieron porque en definitiva los volantes no exhibieron solvencia para colaborar en la marca y, sobre todo, en la recuperación del balón —casi nula— lo que permitió a los brasileños un control virtualmente absoluto.
Está claro que la acumulación de elementos en la retaguardia no conduce, necesariamente, a defenderse de modo acertado. Al contrario: la superposición atenta contra la descarga y posibilita que el margen de error se acreciente. Que lo niegue Martins, que más allá del valorable récord de actuaciones debió jugar como un volante más y a momentos hasta en la faena de zaguero…
Ojalá este duro contraste sea asimilado por el plantel en pro de borrón y cuenta nueva de cara al martes. La consecuencia sicológica no deja de ser un aspecto a ser tenido en cuenta, más aún si corresponderá enfrentar al campeón del mundo, venga o no Messi.
El debut —además de un sinnúmero de falencias puntuales— no se alejó de lo presumible. Sin embargo, este columnista opta por ir contra corriente y rescatar lo escasamente positivo. No implica, corresponde reiterarlo, desconocer el saldo nocivo, que, asimismo, se contextualiza en el peor de los calendarios posibles para cualquiera de los diez cuadros de CONMEBOL.
La cuestión alude bastante a la propuesta. Y en eso Gustavo Costas —y por supuesto los intérpretes, los ejecutantes— deberá ser capaz de diseñar algo diametralmente distinto. Algo que no desmorone tempraneramente la ilusión. He ahí la misión, que también reviste contornos de desafío.
Oscar Dorado Vega es periodista.