Cuando Marcos Riquelme, antes de los 2 minutos, abrió la cuenta Bolívar gozó de una formidable expectativa de clasificación. No sólo pasaba a ganar, sino que equiparaba a su rival en la importante asignatura del gol visitante.
Era una circunstancia que invitaba, de modo irresistible, a ejercer control. A meter presión a Lanús. A nutrirse de solidez. También de actitud.
Sin embargo, el visitante equivocó categóricamente el camino. Consciente o no retrocedió. Y cedió no sólo terreno, sino manejo de balón.
El dibujo táctico con cuatro volantes asume que en el centro de la cancha radica la primera barrera de contención. Y eso estuvo lejos de acontecer. Machado, Saavedra, Rey y Cruz permitieron que el local se adueñara de la iniciativa –postura lógica desde todo punto de vista, pero no incontrarrestable– y desechó atisbos de recuperación de la pelota, con el inmenso riesgo que ello implica.
Entonces la cuestión se trasladó a las proximidades del área celeste y no se descubre nada al calificar la última línea de la Academia como un bloque poco homogéneo, sin don de mando y particularmente endeble en el juego aéreo.
Para colmo la lesión de Diego Bejarano obligó a una variante impensada. Cataldi (intrascendente, al punto que fue reemplazado y no terminó el cotejo) ingresó para ocupar la posición de Saavedra y éste bajó a cubrir el lateral derecho de la defensa, donde alguna vez jugó, pero quedó claro que no estaba en condiciones ni ritmo de sostener eficacia en la marca.
Dentro de ese contexto la recuperación del esférico dependió, casi en exclusividad, de los yerros del cuadro granate en el afán ofensivo. Una recuperación tan fugaz que bastaban instantes para que el juego recobrara la fisonomía antes señalada.
Y la resistencia duró hasta los 25’, cuando igualó Orozco. Todavía era un resultado favorable, pero Belmonte, antes del descanso, dejó la llave empardada.
Bolívar, luego de ponerse en ventaja, no inquietó jamás al arquero Morales. Todo lo opuesto vivió Rojas, que en dos oportunidades conjuró oportunidades muy peligrosas.
El arranque del complemento transcurrió como una pesadilla para el elenco nacional. Y el reflejo de sus huecos defensivos incrementó la cuenta en rojo. Nadie atinó a despejar un córner bajo y Tomás Belmonte volvió a convertir. Franco Orozco cabeceó libre en el área chica y la goleada tomó cuerpo. Un frentazo de Lautaro Acosta generó el quinto y todo, sin remedio, estaba resuelto.
El descuento de Álvaro Rey y el acierto final de Nicolás Orsini no hicieron más que configurar los números del marcador definitivo.
Fea caída. No otro concepto cabe cuando la vulneración del arco propio se eleva hasta alcanzar la dimensión de media docena.
La explicación más aproximada a la realidad se emparenta con un funcionamiento precario en lo colectivo, adicionado a rendimientos individuales discretos o todavía de menor vuelo, sin olvidar la limitación relativa a dividir el plantel en función de atender compromisos, virtualmente superpuestos, de dos certámenes.
No es que Lanús hubiera elaborado un aluvión futbolístico. Simplemente –apelando a la paciencia, insistiendo ante la débil oposición, capitalizando errores– sacó adelante la misión más allá del temporal revés que pudo significar el madrugador acierto de Riquelme.
Bolívar pretendió cerrar los caminos, pero incorrectamente. No es inadecuado insistir en un concepto: liberar el sector del mediocampo sin cortar la iniciativa del oponente y menos proponer creación constituyó un suicidio futbolístico. Tal cual. Ni siquiera aquellos equipos caracterizados por una retaguardia solvente incurren en semejante desliz. Y las consecuencias están a la vista.
Lánguida despedida. Y obligación de ajustes para encarar la maratón que exige la competencia doméstica. Es cierto que se volvió al plano internacional sin la mínima dinámica que provee el torneo local, pero el tránsito por Libertadores y Sudamericana amerita un detenido y objetivo análisis. La sana pretensión de protagonismo aparece muy lejana y algo corresponde operar en pro de transformar la ilusión en sustantividad fehaciente. La ambición debe sustentarse en pilares firmes que este presente, lamentablemente, no dispensa.
Oscar Dorado Vega es periodista