Hay éxitos que se celebran con cautela y medida. El de Bolívar ante Lanús se ajustó a ese contexto.
Porque la diferencia es mínima. Y adicionalmente incluyó un gol del visitante, pecado mayor del equipo celeste, que marcó mal en una pelota parada y Tomás Belmonte sacó provecho del estatismo para un resultado parcial absolutamente inesperado, tras media hora de juego caracterizada por el estéril y continuo dominio del dueño de casa.
Primera conclusión: la Academia sabía cuál era la tarea. Y buscó consumarla de principio a fin, pero repitió demasiado su fórmula y cayó en la previsibilidad, factor que a todas luces facilitó el accionar del rival.
No es algo nuevo. Ante Audax Italiano la tendencia al empleo exagerado de los centros aéreos quedó advertida cuando de jugadas con balón en movimiento se trata. Y el asunto no sólo tiene origen en la búsqueda incesante de Marcos Riquelme, que, no cabe duda, es un referente de área y la principal arma ofensiva del cuadro.
Bolívar necesita de variantes en sus afanes de ataque –y este cotejo es una muestra patente– porque sirve escasamente hacerse del gasto y no traducirlo en la correcta finalización de las acciones.
La fracción inicial en el Hernando Siles provocó un registro elocuente e infrecuente: quince lanzamientos de esquina a favor. De uno de ellos, a cargo de Arce, nació el frentazo del atacante argentino que selló la paridad transitoria.
El elenco bonaerense apostó por una postura nada sorprendente. La de ser conservador en grado sumo, al punto que Sand y Orsini, sus delanteros, se desenvolvieron más en campo propio que en el ajeno. Amontonó hombres, retrocedió hasta jugar a pocos metros del arquero Morales y aguantó con la consigna de rechazar y rechazar.
Frente a esa circunstancia Bolívar careció de puntada final, porque oportunidades creadas hubo, pero su esfuerzo –sobre todo a través del flanco derecho, usado bastante más que el zurdo– quedó diluido en la culminación.
Además de eso, fue manifiesto el impacto emocional que representó estar abajo en el marcador después de buscar sin frutos deshacer el cero. La fortaleza mental también cuenta y si bien consiguió emparejar poco antes del descanso el agobio del castigo numérico lo persiguió por buen rato y se extendió al complemento, sabedor de que la misión no estaba cumplida ni mucho menos.
El ingreso de Víctor Abrego no terminó de alcanzar productividad. El propósito de descomprimir la marca sobre Riquelme calzó dentro de lo lógico, pero el joven continúa absorto por la ansiedad de efectuar bien las cosas –algo parecido le ocurrió en la Selección– y el apresuramiento lo descoloca, le resta potencialidad.
Entre tanto, la fisonomía del encuentro no se modificó, salvo un leve adelantamiento de Lanús en sus líneas, tratando de evadir el acoso. Por ahí José Sand pudo convertir, pero un oportuno cruce de Luis Haquin lo impidió. El central apareció en la recta final para elevarse y firmar el tanto del triunfo.
Es decir, el desequilibrio celeste despuntó de dos lanzamientos de esquina. Al disponer de una cantidad considerable no debería llamar la atención, pero así como atesoró los puntos a través de ese conducto, también permitió la vulneración de su pórtico luego de un tiro libre.
Con el epílogo en puertas el VAR anuló por mano un gol de Vladimir Castellón. Era acaso la diferencia más proporcionada al trámite, pero Bolívar padeció las consecuencias de no exprimir cambios de ritmo, de desestimar el factor sorpresa, de no dar lugar en mayor proporción a los remates de media y larga distancia.
Cuando un adversario se muestra tan cauteloso –como este conjunto de Luis Zubeldía– lo que corresponde es avasallarlo, ponerlo contra las cuerdas, pero no sólo mediante la intención, sino estableciendo auténtica superioridad y la implicancia tiene que ver con la concreción, con la única consecuencia que el fútbol admite como válida: la conquista en el marco de enfrente.
Bolívar ganó y accedió a la misión básica, pero no la tendrá sencilla en el estadio Néstor Díaz Pérez, la semana próxima. La sensación es que pudo ir mejor pertrechado a la revancha y el déficit hay que encontrarlo en deficiencias propias por sobre atributos del oponente. El margen es estrecho para un despliegue que pudo arrimarse a un epílogo más generoso. Puntos suspensivos. Falta por escribirse la mitad de esta historia.
Oscar Dorado Vega es periodista.
Fotos: Conmebol