En marzo de 1991 salió publicada una edición de El Gráfico de Argentina dedicada a la Academia: “Bolívar en lo alto de América” era el título de la portada.
Entre los prestigiosos periodistas bolivianos que colaboraron en ese impreso estaba el recordado Lorenzo Carri, un argentino de notable trabajo en los medios de comunicación, un personaje que llegó a Bolivia y no se fue nunca más. Sus restos descansan en La Paz.
Su columna la tituló “Un nombre con mil nombres”. Hoy, los 100 años de Bolívar sirven para recordarla de principio a fin.
Decía…
Un nombre con mil nombres
Hace muchos años, un veterano dirigente bolivarista me dijo que Alborta -apellido que tiene la misma cantidad de letras que Bolívar- ERA Bolívar.
La referencia a Mario Alborta, gloria académicade los años treinta, no excluía la admiración del bolivarista por el Maestro Ugarte, ni el olvido de tantos otros grandes jugadores que fueron celestes.
Pero alguien escribió que todo club es un nombre de mil nombres, y a Bolivar le sucede eso, y sus seguidores eligen recuerdos de acuerdo a la edad y a los gustos.
A mí, circunstancial cronista de tantos partidos posteriores y tantos futbolistas, me tocó conocer el plantel que a fines de los años cincuenta integraban Ricardo Navarro, Carlos Di Lorenzo, Juan Rivero, Víctor Agustín Ugarte, Mario Mena, José Padilla, Raúl Gutiérrez y otros. Llegué tarde para ver a “los académicos de otrora”, pero justo a tiempo para incorporar centenares de nombres a mis notas.
Los fanáticos de Bolívar se parecen a los de su gran rival nacional -The Strongest- y a los de otras entidades que se han hecho grandes. En la casi tímida expansión de sus sentimientos cuando el equipo juega, y en la despareja evocación de sus jugadores preferidos. Hay aficionados que vieron a Arturo Galarza en el arco, y lo mencionan en primer lugar. Olvidan a Carlos Conrado Jiménez, y ni se acuerdan de aquel Ricardo Navarro de 1960. (Ocurre que, en cuestión de guardavallas, Bolívar ha sido como una dama casquivana: los atrajo con pasión, los tuvo a su lado un rato, y los alejó con indiferencia…)

Ugarte está en todas las bocas. Como otros bolivaristas fieles (Fernando Salinas y Carlos Borja en este tiempo), mientras que hubo inolvidables jugadores (escribo Ovidio Mezza, Jesús Reynaldo, Carlos Aragonés) que pagaron el pecado de ir a otros elencos, en algunos casos “al gran adversario”.
No hace mucho tiempo, la hinchada celeste silbaba a Erwin Romero -¡nada menos que a Romero!-, que tantos portentos hizo con la divisa celeste, simplemente porque un día dijo adiós, y se fue.
Este nombre de mil nombres me obliga a volver a la evocación de Ramón Guillermo Santos, ídolo entre ídolos, con el que sostuve una hermosa controversia sobre los inconvenientes de usar gorra en los partidos. Hasta que un día se la sacó, y yo tuve la impresión de haber contribuido a cambiar un poco de su historia.
Evoco los marcadores de punta que casi nadie olvida (Pablo Baldivieso, Luis Hernán Cayo, Ramiro Vargas, Roger Wills); y los jugadores que cayeron como anillo al dedo en los equipos bolivaristas: René Rada, Wálter Costa, Raúl Álvarez, Carlos Di Lorenzo, Viviano Lugo, Mario Mena, Ramiro Blacut, Raúl Alberto Morales, Je-sús Reynaldo, René Domingo Taritolay, Ricardo Troncone, Édgar Vargas…
Cada uno a su modo y con sus cosas.
Como los que vinieron después -o están ahora y junto a Carlos Ángel López y Luis Gregorio Gallo, debo citar a Jorge Hirano, que de no haber venido en persona merecía ser inventado.
No le discuto a los hinchas bolivaristas la soberana decisión de recordar mucho a unos, y olvidar a otros.
No hay olvidados para siempre en un club. Surgirán en cada charla de fútbol, tal vez a expensas de estas líneas, de esta edición de El Gráfico.
Porque eso sí. Cada seguidor de fútbol es dueño de una lista. Y que no se la discutan. Como no es posible discutirle a Bolívar el honor y el orgullo de haber sido la pasarela por donde desfiló una auténtica constelación de estrellas del fútbol boliviano.