Contexto: Se perdió con el campeón del mundo. Frente al también poseedor del título de Copa América y, además, líder en la tabla de la clasificatoria sudamericana. El revés tuvo lugar en la casa del rival que, además, nunca, históricamente, en este tipo de torneo, había obtenido semejante diferencia favorable.
Realismo puro: Bolivia estuvo, lamentablemente, lejos de ser adversario. No sólo por el cero a seis, sino porque jamás –nunca, en noventa y pico de minutos– probó a Rulli, el arquero argentino. Y ahí, quizás, radique el quid de la cuestión. No es posible soportar constante y permanentemente, en terreno propio, un partido. No es factible la imposibilidad de enhebrar tres pases seguidos. Resulta ser una disposición suicida, por así denominarla.
Argentina no necesitó ser avasallante. En absoluto. Se apoderó de la pelota en altísimo grado y desgastó paulatinamente a la Verde, que tardó mucho más en recuperarla que perderla. Una determinante constante y gravitante del cotejo.
En el fútbol ver pasar el balón –o situarse detrás de su movimiento– constituye un suplicio irreversible, más aún si enfrente se desparrama una cuota de talento que comenzó en la exhibición de Messi y se trasladó a varios otros ilustres apellidos.
Se necesitó más, mucho más, de Ramiro Vaca, Robson, Villamil y Terceros. Demasiadas ausencias con presencia real en el Monumental. La Selección careció de mediocampo –por ende Algarañaz, el único atacante nominal, deambuló y debió retroceder sin que ello implicara contribución– y dicho factor generó que los volantes se convirtieran en defensores, pegaditos a la zaga como tal. Semejante aglomeración no impidió que las asociaciones albicelestes redituaran frutos contundentes.
No era impensada –en el cálculo previo– la derrota. El tema es cómo se desencadenó y en ese sentido Óscar Villegas, de cara al futuro, deberá examinar, por un lado, el planteamiento y, de otro, el desempeño del cuadro. No otra cosa cabe cuando se sufre el peor contraste general de la eliminatoria.
Ojo: tampoco la goleada debe destrozar la esperanza. Bolivia se encuentra en posición de repechaje, perspectiva que a mediados de la rueda inicial era poco menos que una quimera. A tenerlo en cuenta.
Se cayó sin atenuantes y si no era por Viscarra (con al menos dos atajadas tremendas) el marcador pudo ser todavía peor y esto corrobora lo anteriormente expresado. Para que el sueño mundialista continúe vigente no puede ni debe repetirse una producción tan escasa, tan carente de agresividad en el buen sentido, tan inofensiva.
Messi volvió a ser un verdugo implacable para los nuestros. Anotó tres veces y como director de orquesta gozó de acompañantes idóneos, tal es que Martínez, Álvarez y Almada firmaron las conquistas restantes. Una suma de indiscutible calidad individual a la que se adicionó funcionamiento colectivo natural para instalarse en algo más de cincuenta metros, territorio y escenario virtualmente exclusivos del encuentro. Pareció que para la Verde sobraba la otra mitad del campo y eso revela la durísima esencia del trámite e indudablemente representa una asignatura de imperiosa y urgente corrección.
Suele afirmarse que los contrastes permiten nutrirse de conclusiones y esta experiencia disemina varias, de aplicación casi inmediata, en Ecuador el mes próximo. Bolivia procuró no otorgar espacios a Argentina y ese plano no evitó la goleada porque cuando el oponente jugó de primera desarmó barreras y dañó de veras.
Es la hora en la que cualquier lamento debe desplazarse. Se impone enmendar, reacomodar para que lo sucedido no se reedite en ninguna de las cuatro visitas que restan. Sea cual sea el adversario.
Oscar Dorado Vega es periodista.