Empate vibrante. Indiscutible.
Bolívar exhibió algo más de funcionamiento, capitalizó errores, pero pagó carísimo el entender que la ventaja de dos goles era definitiva.
The Strongest adoleció de mayúsculos y alarmantes desajustes defensivos, pero compensó, al final, con entereza las licencias concedidas.
El clásico regaló –como ya es casi tradición de un tiempo a esta parte– un superávit de goles y eso, al margen de ostensibles fallas, contribuyó al espectáculo y a las emociones en un escenario colmado, otra muy buena costumbre de la convocatoria que genera el emblemático partido.
Sin embargo, más allá de la dinámica, del ritmo por momentos incesante, tampoco puede ignorarse el alto índice de imprecisiones, de trámite espeso. Las estadísticas suelen revelar el porcentaje de pases acertados. Convendría, al mismo tiempo, conocer la dimensión del destrato a la pelota.
Y así como los tantos abundaron también el juego transcurrió con demasiado balón dividido, que no siempre es consecuencia del ímpetu, sino de rechazos a la apurada o gestaciones mal concebidas.
Da Costa capitalizó un lanzamiento de esquina para abrir la cuenta y quedó claramente de manifiesto que Caire lo perdió en la marca. Después que Amoroso fallara una ocasión inmejorable llegó el empate: tiro libre de Ortega, Ramiro Vaca, en la barrera, se abrió incomprensiblemente y Lampe no alcanzó a atajar.
El segundo de los celestes (luego de una larguísima revisión del VAR) lo anotó Vaca, enmendando el yerro anterior, cuando quedó solo ante Viscarra –también lo acompañaba Algarañaz– y la zaga del Tigre estaba en otra cosa.
Apenas comenzado el complemento la diferencia se estiró. The Strongest salió defectuosamente desde el fondo y Carmelo no perdonó.
Los cambios que operó Pablo Lavayén rindieron dividendos. Ramallo, salido del banco, firmó el descuento y si bien Sagredo convirtió el cuarto de los dirigidos por Flavio Robatto, Ursino, también pieza de refresco, rato después se encargó de achicar otra vez la distancia.
Triverio apareció en el instante justo –tiempo agregado– para sellar el frenético cuatro a cuatro, aunque en última instancia el esférico tocó en Bentaberry y el autogol bajó la persiana.
La igualdad, sin duda, dejó mejor sabor en The Strongest por el valor de la remontada y, esencialmente, porque la consumó luchando contra el reloj y atesorándola en su mejor estilo.
Ambos no deberán perder de vista que hay bastante –acaso excesivos componentes– por corregir con vistas a la competición internacional. En el Siles hubo conversiones al por mayor y casi en la misma medida agudas deficiencias. Así corresponde entender la catarata que identificó el resultado.
Oscar Dorado Vega es periodista.