A finales de 1994 Xabier Azkargorta dejó de ser el seleccionador de Bolivia. Un año antes había conducido a la Verde a la histórica clasificación al Mundial de Estados Unidos. Luego de dirigirla en ese certamen terminó su contrato y el vasco decidió marcharse.
En las casi tres décadas posteriores (1995 a 2023) han pasado por el banquillo de la selección casi 30 técnicos —entre titulares e interinos, incluido el propio Bigotón— y ninguno ha logrado llevarla a otra Copa del Mundo.
Bolivia ha comenzado a disputar una nueva eliminatoria mundialista y tres derrotas después, que dan pie a la posibilidad de un nuevo fracaso como en los siete premundiales anteriores, ya se está hablando con fuerza de lo mismo de siempre, es decir echar al técnico y traer a uno nuevo como si eso fuera a cambiar la realidad del fútbol boliviano.
Hace poco más de un año el país daba la bienvenida a Gustavo Costas y aplaudía la elección que había hecho la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) al contratar a un entrenador prestigioso y ganador, poseedor de varios títulos en su recurrido como DT por varios países de Sudamérica. En ese momento muy pocos se hubieran animado a afirmar que no era el indicado.
Hoy Costas es blanco de críticas a tal punto que es difícil —por no decir imposible— hallar una voz que defienda su labor mientras se ha desatado una vorágine de pronunciamientos —desde distintos frentes— acompañados de una mezcla de injustos calificativos que apuntan a cortar su cabeza lo antes posible.
Luego de Azkargorta, quien dirigió a la Verde en el proceso 93-94, solo Erwin Sánchez (2006-2009) y César Farías (2019-2022) lograron permanecer en el cargo durante un periodo completo para el cual fueron contratados. Todos los demás, los otros veintitantos profesionales, o fueron despedidos antes de tiempo o llegaron para completar, con nulas posibilidades, un recorrido que había comenzado uno de sus colegas y sin chance de continuar. El resultado siempre fue el mismo: fracaso.
En 1996 llegó al país Dusan Draskovic. El montenegrino había logrado hasta ahí un gran prestigio por haber montado un proceso de descubrimiento de talentos que llevó al fútbol ecuatoriano a dar varios exitosos saltos a nivel internacional, con él al mando incluso en el equipo absoluto. Esa tarea hoy continúa siendo valorada como el punto de partida para la constante superación de la selección que hace unos días le ganó una vez más a Bolivia en el Hernando Siles.
Draskovic fue echado de Bolivia porque bajo su conducción la selección había tenido apenas un tropiezo en La Paz. No lo dejaron trabajar ni transmitir en el país lo mucho de positivo que había dejado en Ecuador. Ese irrespeto a un proceso se ha repetido una y otra vez en el fútbol nacional y todavía los mandos a cargo no terminan de darse cuenta de que el problema real por el que atraviesa el fútbol nacional es otro.
Después de Estados Unidos 94, Bolivia no hizo el menor intento por modificar las estructuras que dieran mejores condiciones a las futuras generaciones. En realidad, no se trataba de, a partir de entonces, clasificarse a todos los mundiales siguientes, sino de sentar las bases, mejorar la siembra y garantizar que las cosechas posteriores fueran cada vez mejores.
Todo lo contrario: las academias de fútbol que, como la Tahuichi, fueron fundamentales para el éxito de hace 30 años, empezaron a decaer; los clubes mantuvieron su marcado desinterés por las divisiones inferiores y se olvidaron de la formación; la FBF empezó a recibir más recursos por derechos de transmisión televisiva y otros, pero se olvidó de la inversión y optó por el gasto, a tal punto que hoy la selección boliviana es la única en Sudamérica que aún no tiene un lugar propio en donde entrenarse; por si fuera poco y tal como ocurre en los clubes, que tampoco crecen y están sumidos en la pobreza —institucional y futbolística—, los dirigentes mantienen una línea resultadista en la selección, a la que le exigen éxitos sin aportarle ninguna calidad de trabajo.
El fútbol boliviano hoy en día no tiene posibilidades de competir a nivel internacional por las razones expuestas y por muchas otras en las que ha quedado retrasado años luz, los clubes son la mayor muestra palpable en las competiciones de la Conmebol y difícilmente la selección va a poder cambiar ese panorama por arte de magia. Como va la cosa, 2026 ya es un caso perdido salvo milagro, sin embargo, el problema mayúsculo es que el riesgo de un nuevo fracaso se traslada a 2030 y así seguirá siendo mientras no se haga un verdadero golpe de timón.