Es otra lección para nuestro fútbol y ojalá que no sea una más; en realidad tal vez sea la más grande de todas y lleva a la conclusión inequívoca de que la división es sinónimo de derrota, siempre conduce a ella.
La política es el espejo más reciente, y el más importante, en el que los dirigentes tienen que mirarse. Aquellos líderes se desunieron y perdieron, creyeron que alentando sus ambiciones iba a ser suficiente, no fueron capaces de unirse y su derrota ha sido dolorosa; estaban, además, ante la mejor oportunidad de cambiar la historia y la dejaron pasar. La gente se dio cuenta de esas sus debilidades y prefirió lo otro: el triunfo de Arce no es suyo, es del pueblo que se cansó de ver que sus otras opciones, por ser egoístas, no les iban a llevar a ningún lado. El fraude del año pasado no fue suficiente, la lucha en las calles para no aceptarlo tampoco. Todo eso terminó siendo una victoria esmirriada en un primer tiempo que no se la supo sostener en el segundo. Este segundo periodo estuvo repleto de errores: con aspiraciones propias y egoístas perdieron el norte; si bien fueron líderes de un cambio se quedaron ahí y no lo sustentaron; por el contrario, lo ensuciaron, por eso cumplidos los 90 minutos perdieron, no por poco, sino por goleada.
El fútbol boliviano debe aprender de una buena vez. Los que lo dirigen necesitan tomar en serio esta nueva gran lección. No es seis contra ocho lo que los va a llevar a ganar, de hecho ya están perdiendo juntos y están haciendo perder lo que dicen defender. No es que la minoría se va a imponer a como dé lugar. Ya no se desgasten peleando entre sí, creyendo que cada uno por su cuenta va a poder solo. Es la mayoría la que siempre va a ganar y, como la gente que es sabia lo ha hecho, también hay que saber subirse al caballo ganador por el bien de todos y aportar desde ahí, no destruir.
Eso, de paso, es democracia y hay que saberla respetar, porque fundamentalmente de eso se trata. Hoy, el 52% es más que todos los demás juntos. Así es esto, entonces seis o siete no tienen por qué ser más que 21. El número mayor siempre manda, nos guste o no. Y hay que saber aceptarlo, combatirlo en buena ley, ser celosos vigilantes por el bien de la transparencia y también aportar. Es cuestión, en serio, de que se den cuenta.