Todo comenzó con un ventilador encendido, lo activó Fernando Costa al dar a conocer la supuesta red de corrupción y amaño de partidos que en calidad de denuncia había recibido el presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF). Entonces, el aparato empezó a disparar para todos lados.
Una acusación pública que por ahora ni siquiera se está investigando oficialmente, a la espera de que sea aceptada por el Ministerio Público, ha colocado sobre la mesa un escándalo con primeras consecuencias insensatas.
De entrada, un club dio de baja a un jugador y lo declaró culpable sin siquiera llevarlo a un proceso y menos darle el debido derecho a la defensa. Dirigentes de las asociaciones de fútbol tomaron la decisión de paralizar un campeonato de ascenso sin preguntarles su opinión a los clubes protagonistas; sin embargo, los mismos que hicieron eso al calor de sus demonios, días después concluyeron que, al no hallar rastros de tal amaño en la Copa Simón Bolívar, ésta debía seguir su curso.
No ocurrió lo mismo en la División Profesional, donde la propuesta para anular los campeonatos jugados en mucho más del 50% de los partidos en ambos casos, tomó cuerpo y fueron borrados de un plumazo por obra y gracia “algunos malos” árbitros, dirigentes y futbolistas, transformados en una minoría supuestamente protagonista de unos negociados al margen de la ley.
De los 17 clubes que votaron en base a esos “indicios”, dos se opusieron: The Strongest, que era el cómodo líder del principal torneo; y Wilstermann, al que le había costado con creces salir de una situación de “bajo cero” en su puntuación. Uno se abstuvo, fue Real Santa Cruz, ubicado como grata sorpresa entre los seis mejores y con una magnífica chance de clasificarse a un certamen internacional.
Los restantes 14, o sea la mayoría, decidieron hacer grupo o, mejor dicho, conformar una aplanadora para pisotear los méritos deportivos de la minoría.
A saber: entre esos 14 estaban el segundo de la tabla (Nacional) a 6 puntos del líder, el tercero (Bolívar) a 8, el cuarto (Always Ready) a 9 y el quinto (Aurora) a 12. Quiere decir que todos ellos tenían, en la decena de fechas que faltaban por jugarse, menos posibilidades que The Strongest de alcanzar el título.
Siendo benévolo con alguno de ellos, hasta ahí digamos que estaban los equipos con chance, unos más que otros, de pelear por la corona.
De ahí para abajo —entre esos mismos 14— había una mezcla de entre moribundos (Universitario, Blooming, Tomayapo, Oriente, Independiente, Royal Pari) y casi muertos (Vaca Diez, Gran Mamoré, Guabirá, Palmaflor). Es decir, los que todavía soñaban con salir de terapia intensiva para agarrar un premio consuelo consistente en una Copa Sudamericana porque ni soñar en una Libertadores, y los que ya estaban temblando ante su tumba por la inminente posibilidad de perder la categoría.
Con ese panorama real cuesta creer que, al momento de la decisión final, más si es cierto que se reunieron noche antes para cocinarlo todo, fueron a la votación con la idea de provocar una limpieza en las entrañas del fútbol, refundación o lo que sea que le llamen, algo que el tiempo dirá si fue o no así.
Lo que pasó en realidad fue que optaron maliciosamente por obrar en función a su conveniencia al considerar que era la mejor oportunidad para —“comenzando de cero” y “en igualdad de condiciones” en un campeonato que sabe Dios cómo lo están planificando para que tenga relativo éxito— revertir la pobre campaña que la mayoría estaba protagonizando, sacando ventaja de un trapo sucio que no tienen manera de lavarlo dentro de casa.
Con un mínimo de sensatez y disimulo hubieran pensado al menos en algo más justo si en verdad querían —sin un mínimo de respeto a sus clubes, a sus jugadores, a su público— mandar a la basura como lo hicieron los dos torneos que estaban disputando. Hubieran pensado en hacer jugar un “nuevo campeonato” entre los seis primeros por el título porque son los que hicieron méritos para llegar a esa instancia; a los siguientes seis, por los dos cupos restantes a la Sudamericana ya que no les alcanza para más; y a los cinco restantes, mandarlos a que se maten para no descender porque salvarse es lo único por lo que podrían luchar.
A la espera de que la Conmebol les dé su bendición, por ahora están consiguiendo ser unos verdaderos zombis que causan pavor por las canchas del cada vez más refundido fútbol boliviano.