Cuando en noviembre pasado Francisco da Costa se subió presuroso al avión para irse a la calurosa Medellín colombiana dejando atrás la fría La Paz cometió un olvido al no llevarse a su amuleto favorito, el diabólico Chucky, con el que hizo una dupla exitosa durante su paso por el fútbol boliviano.
Siete meses después el brasileño está por volver a Bolívar para tratar de hacer olvidar su fracaso en Colombia, donde sin Chucky se lesionó tres veces, jugó apenas un tercio o menos de los partidos de su equipo y anotó solo un gol. Para colmo de males se accidentó tirando a la basura el último modelo que iba conduciendo y, por último, su equipo fue subcampeón perdiendo la final colombiana.
De esa manera, los extraordinarios números que había hecho en el fútbol boliviano y que lo catapultaron a Colombia se fueron por la borda, a tal punto que fue echado por el Atlético Nacional mucho antes de la conclusión de su contrato, lo que, dicho sea de paso, generó cierta complacencia en los hinchas verdolagas quienes además agradecieron que el brasileño por fin se marche del club al que no le aportó absolutamente nada.
A diferencia de ellos, en el bando bolivarista hay alegría por su retorno, y es lógico porque se recuerda el buen paso que tuvo defendiendo la camiseta celeste en más de 40 partidos y con más de 20 goles de toda factura que le convirtieron en uno de los mejores delanteros del último tiempo en el país.
Su reto ahora es grande al regresar al lugar del que no debió haberse ido nunca, al sitio donde dejó una vara alta y en el cual lo mínimo que le van a exigir es que iguale o supere lo pasado, afrontando desafíos todavía más grandes a partir de los octavos de final de la Copa Libertadores, instancia a la que la Academia se clasificó sin él.
Dicho todo eso, la recomendación inmediata es también no menos importante. Lo primero que Da Costa tiene que hacer luego de firmar el contrato es desenterrar a Chucky, sacarlo de las entrañas en las que fue abandonado, desempolvarlo bien y regresarlo a la palestra, a los entrenamientos, a los viajes con la delegación, a las fotos oficiales del equipo y a los trapos de la hinchada en los que fue estampado. Es una cuestión necesaria para desterrar aquello de que las segundas partes nunca son buenas.