Que Brasil era inmensamente favorito estaba claro. Que goleara era una posibilidad altamente probable. Que Bolivia sufriera muchísimo el partido también figuraba en el cálculo previo general.
Entonces, resultado y trámite no sorprenden. Y no es la primera vez que una visita como la de este viernes –basta remitirse a la historia– concluye severamente adversa.
¿Por dónde pasaba uno de las columnas de evaluación?
Asumiendo que el fútbol concede a cada cotejo su propia trama, donde el factor sorpresa siempre ronda –a veces con más o menos gravitación– la interrogante original se remitía a la respuesta de este joven equipo ante la circunstancia del estreno. Le suelen llamar bailar con la más fea…
Quedó patentemente claro desde los 45 segundos (sí, antes del minuto) que la mano venía muy complicada. Everton se lo perdió debajo del arco tras un rechazo de Lampe, que a pesar de las cinco caídas fue –como también cabía presumirlo– lo destacado de la Selección uniformada de blanco.
A los 3 minutos Marquinhos, en el juego aéreo, tampoco logró abrir la cuenta.
Ya el juego ofrecía percepciones bastante nítidas en torno al desarrollo: Bolivia amontonada en su campo, demasiado cercana del área propia, absolutamente lejana de hacerse de la pelota y cuando la recuperaba la pérdida era casi inmediata.
Necesitó un cuarto de hora el local para quebrar el cero. Marquinhos metió un frentazo libre de marca, traducción de una cuestión básica: aglomerar gente no garantiza, ni mucho menos, una oposición solvente.
La defensa sin balón constituye un riesgo de altísimo voltaje. Tenerlo no sólo resta dinámica al rival sino permite administrar y pensar el juego, desdoblar piezas en el intento de hacer del centro de la cancha un territorio de lucha más propicio. Nada de eso se advirtió.
O la ejecución de la planificación no se cumplió o la disposición resultó fallida. Y el cronista se inclina por la segunda vertiente a raíz de un hecho evidente, irrebatible: jugadores de reconocido cariz creativo o derechamente de ataque aparecieron desempeñando un rol impropio de sus características naturales. No es que a Miranda, Arabe o Saldías les sea imposible actuar en clara función de marca, pero representa una misión que no sienten y la descarnada realidad obligó a que transitaran – voluntariosos pero inefectivos – correteando oponentes a los que observaban el número, en inequívoca desventaja.
Mientras tanto, el único atacante designado, César Menacho, virtualmente no intervenía y retrocedía lógicamente frente a la casi nula asistencia. Está señalado: el esférico era de los brasileños de modo casi exclusivo.
Antes del segundo (obra de Firmino) Lampe conjuró una clara llegada de Coutinho.
Brasil encontraba en la banda de Jesús Sagredo una carretera expedita para encabezar sus arremetidas. Los embates de Renán Lodi sólo terminaron, menos mal, cuando el zurdo del Atlético de Madrid fue sustituido.
Y en medio de ese desequilibrio –más próximo a un divertimento de práctica de mitad de semana– Wayar, llamado a ser el abanderado de la contención, la pasaba mal porque Bustamante era incapaz de aportar algo más que noble intención.
Fue tan aguda la diferencia –como la lluvia que acompañó el lapso inicial– que el elenco de Tite se permitió defender, en ciertos pasajes, con apenas Thiago Silva y Marquinhos delante de Weverton. Increíble. El resto era parte del andamiaje de toque y desmarcación en faena decididamente ofensiva.
Antes del intermedio Lampe impidió que Casemiro y Neymar firmaran el tercero.
En el arranque del complemento, con Boris Céspedes como novedad, hubo una fugaz sensación de adelantamiento de los nuestros. Duró poco porque Firmino estiró la diferencia en el único tanto en el que el portero adoleció de adecuada respuesta. Rato después le ganó un mano a mano al mismo delantero. Reivindicación neta.
Dentro del monólogo conviene establecer que a los 5 minutos Bruno Miranda, devuelto a su tarea normal, generó el único remate directo de Bolivia en toda la noche. El arquero la mandó por arriba del travesaño.
Un autogol de Carrasco y una resolución de Coutinho configuraron lo que restaba al marcador.
Mención especial para Neymar. Ausente si de finiquitar se trata (en la medianía de la fracción construyó una acción con túnel y pisada de balón a metros del arco nacional que no terminó providencialmente en un tanto memorable) participó de cuanta arremetida valiosa creó la canarinha. Lampe, para variar, le contuvo un gran tiro libre en tiempo agregado.
No por nada todo se cerró con la mayor distancia numérica de la fecha inaugural de la clasificatoria.
Vale la insistencia: era imaginable, perfectamente concebible. Sin embargo, el ímpetu del novel onceno del comienzo pudo dar pie a un mejor desempeño. No, seguramente, impedir el revés, sino otorgar a la resistencia armas de mayor calibre. La endeblez podrá atribuirse a las virtudes de los de Tite, pero no cabe duda que bastante a la infructuosa oposición de un elenco instruido para protegerse en la indefensión. Carlos Emilio Lampe obstaculizó –negarlo es inviable– una catástrofe de secuelas aún peores.
Oscar Dorado Vega es periodista