Fue cero a cero. Y pese a la mezquindad de los números no dejó de ser –de punta a cabo– un partido interesante. Y es que según el variado menú de la estadística oficial Paranaense y Wilstermann sólo quedaron equiparados en el rubro de la inexistencia de tarjetas rojas, pero el resultado, paradoja o no, los empardó.
Los anoche albos asumieron sin disimulo un riesgo: el de la defensa a ultranza, sobre todo en el primer tiempo. Y evitaron, no sin mérito, el daño de un local volcado en campo contrario de modo ostensible, al extremo que hubo pasajes en que sólo Santos, el portero, pisaba terreno propio.
Bajo ese panorama la pelota acompañó a los brasileños de modo repetitivo, pero en la zona de definición –porque el líder del grupo usó muy poco, casi nada el remate de media distancia– gravitó la marca aviadora.
Entonces se combinaron la eficacia defensiva del visitante y la impericia de un rival desprovisto de imaginación para apoyarse en expedientes distintos a aquellos que no le redituaron frutos, a despecho de su dominio.
Tal es que las ocasiones verdaderamente claras se remitieron a un disparo de Erick, que rebote mediante acabó afuera, y a una incursión de Abner que Giménez conjuró muy bien, poco antes de lesionarse cuando el intermedio asomaba próximo.
Wilstermann resistió a través de dos líneas apenas sí separadas. Cinco en el fondo, cuatro copando la mitad de cancha y Alvarez como único atacante. Así cortó los circuitos que con Leo Cittadini como estandarte procuró el equipo dirigido por Eduardo de Barros.
Y si bien es cierto daba la impresión que el gol del dueño de casa era cuestión de tiempo (a la postre falsa presunción) el fútbol –que en cada cotejo regala lecciones de matices imprevistos– en el Arena da Baixada mantuvo en blanco el marcador, más allá de las opuestas disposiciones de unos y otros.
En ese contexto, y desde muy temprano, resaltó la faena de Patricio Rodríguez, que partió como un volante lateral derecho muy retrasado y respondió a la misión que le encomendó Cristian Díaz: evitar que Abner y Fabinho se descolgaran a través de ese flanco.
Paulatinamente el Athletico Paranaense perdió la compostura. Sin llegar al límite de la exasperación mostró la incomodidad que le causaba el desgaste infructuoso, en medio, además, de un encuentro interrumpido muy frecuentemente y en el que el elenco nacional –cuyo oficio no admite cuestionamientos– ganó segundos que sumaron minutos en pro de enfriar, de contener el ímpetu que lo acosaba.
Ni siquiera la inesperada baja de Arnaldo Giménez complicó su accionar. Luis Ojeda se dio modos para conservar el arco invicto.
En la segunda parte Wilstermann decidió ser distinto. Sin descuidar la faena esencial, aquella relativa a frenar al oponente, se instaló unos cuantos metros más adelante, el ya citado Rodríguez volvió a su posición natural y reconfirmó la condición de figura. En un contragolpe, sobre los 20 minutos, estuvo cerca de convertir y rato después Melgar recibió de Orfano ( dos de los que entraron con buen pie) y dispuso de la más clara de las oportunidades, conjurada por el arquero.
No dejó el conjunto brasileño de insistir y añadió un par de ocasiones, pero el juego, en cuanto a expresión de batalla, se trasladó al centro del rectángulo y ahí ambos combinaron imprecisiones, errores forzados y una disputa no exenta de intensidad. Ya no se observó tanto desnivel en aquella tónica del Paranaense arrinconando a fuerza de tenencia de balón.
El valor de la paridad alcanzada no se conocerá hasta el 20 de octubre, cuando transcurra la jornada final de la zona, pero el desempeño del equipo nacional acumuló ingredientes de elogio: esfuerzo colectivo, relevos oportunos, personalidad, convicción para aplicar lo dispuesto y algunos rendimientos individuales sobresalientes.
El cometido de retaguardia no es, por lo general, vistoso. Siempre resalta en mayor grado el propositivo, así vaya cargado de imperfecciones. Wilstermann repelió como objetivo prioritario y no lo hizo mal. Algo de fortuna tuvo y los yerros del contrincante son harina de otro costal. No obtuvo el resultado ideal, pero sería injusto desconocer que, a su estilo, supo ser irrespetuoso y eficaz en feudo extraño.
Oscar Dorado Vega es periodista