Resultados cómo éste —elocuentes, terminantes —ahorran consideraciones al cronista.
Entre Bolivia y Paraguay hubo un mundo futbolístico de diferencia. Por juego y actitud. Por desempeños individuales y accionar colectivo.
Y entre los ingredientes que volcaron la balanza hubo uno particularmente gravitante: la energía que el dueño de casa construyó a partir de un mediocampo expeditivo y resuelto, decidido a provocar daño y desgaste físico —acaso lo que más temía el visitante—encarnado en Justiniano, Vaca, Fernández, Arce y Ramallo, que con movilidad, ocupando espacios, no dejaron pensar ni jugar al rival.
Es cierto que esta versión de la albirroja es de lejos la peor de los últimos tiempos (no por nada en los tres partidos de la última semana no convirtió siquiera una vez…) pero en la valoración de lo sucedido corresponde priorizar las virtudes de la Selección nacional, a la que se le dio absolutamente todo, incluido el penal que Antonio Sanabria mandó a las nubes, evadiendo el empate parcial.
Esta vez el mensaje de César Farías sí llegó a quienes debían ejecutar. Y entre la presión en zona al hombre con la pelota, el desmarque constante y la propia imprecisión de los conducidos por Eduardo Berizzo se armó un cotejo que a despecho de la pasmosa lentitud que Antony Silva reveló a partir del pitazo inaugural adquirió un rumbo irreversible en el instante que Rodrigo Ramallo, desde fuera del área, sorprendió adelantado al portero.
Y como en el fútbol la palabra perfección no existe —aunque genialidades sí despuntan—cabe anotar que a instantes a la Selección nacional le costó configurarse en el retroceso. La ansiedad de ir al frente dejó, en más de una oportunidad, a Enoumba, Quinteros y José Sagredo a contrapié. Tampoco pareció el recurso de los centros aéreos (más allá de las capacidades de Marcelo Martins) la mejor de las vías y, de hecho, ninguno de los cuatro goles llegó por arriba.
Paraguay se derrumbó con la desventaja, el golpe anímico que representó no aprovechar la pena máxima, el abatimiento mental y el desmedro de piernas, más aún cuando apenas comenzado el complemento Moisés Villarroel —ingresado luego del intermedio— concluyó una jugada reveladora, en la que toda la defensa corrió mirando los números de las casacas locales…
El encuentro, entonces, quedó resuelto muy temprano en lo que a resultado concierne. Más tarde Víctor Abrego (otro que partió entre los suplentes) y Roberto Fernández terminaron de construir la goleada, frente a un oponente destruído, limitado a esperar con pesar, ansias y resignación el término porque más allá de algunos arrestos individuales de dignidad —por caso un cabezazo de Richard Sánchez que motivó la respuesta de Carlos Lampe, plena de reflejos— la cuestión estaba suficientemente lacrada.
Bolivia cumplió de modo impecable —valla en cero, dato no menor— la doble experiencia en Miraflores y demostró, sobre todo, mayor volumen en la correcta respuesta de varios de sus integrantes, lo que indudablemente incrementó el potencial global, algo que en su momento se lamentó cuando llegaron Argentina, Ecuador y Colombia.
La importancia de esta reacción —saludable, vital e indispensable— deberá refrendarse, durante noviembre, en Lima y La Paz.
Se acumularon seis unidades y una buena dosis de confianza. Bienvenidas a la alforja de la esperanza. Si el patrón de juego escala unos peldaños el reflejo de la tabla de posiciones seguramente interpretará aquello que implica competir de veras y ser parte de la conversación hasta el epílogo mismo de la senda rumbo a Catar.
Oscar Dorado Vega es periodista.