El título, por cierto, parodia a la serie televisiva, pero más allá del juego de palabras desnuda la cruda realidad de una Selección inofensiva, a la que le cuesta horrores encarar el tramo definitivo de la faena, ese que media entre tres cuartos del campo y la presencia en el área rival.
Entonces, de poco sirve jugar ordenados –como aconteció durante casi todo el primer tiempo– y se transforma en un ingrediente accesorio el desplegarse como equipo corto, con líneas cercanas entre sí.
En la teoría (o en el pizarrón, si se prefiere) la idea no fue del todo negativa. Esperar a Uruguay en bloque, apelando a todas las piezas, en un despliegue imantado al sacrificio, a la solidaridad colectiva.
El partido, entre tanto, reveló que en diez minutos los arqueros se constituyeron en actores sin acción. Es que si la Verde se aplaza en materia ofensiva, el cuadro del Maestro Tabárez es apenas un par de escalones más, a pesar de lo que implica contar con Luis Suárez y Edinson Cavani.
Lo tuvo Rodrigo Ramallo a los 11 minutos. Recibió de Ramiro Vaca, advirtió su soledad en el área, disparó y la pelota acabó desviada, pero a centímetros de uno de los verticales. Primera y única oportunidad clara, real, cuasi efectiva.
De ahí en más Carlos Lampe cobró –una vez más– el rol de salvavidas. Evitó el gol en una doble intervención frente a Suárez y Nández. Rato después estuvo notable, yendo abajo, ante Cavani.
Los de camiseta celeste dominaban, pero en el remate final fracasaban. No por nada llegaban tras seis cotejos sin celebrar.
No obstante, un infortunio (compartido entre Quinteros y Lampe) les dio una manito. Autogol, como en el encuentro ante Chile.
La etapa culminó con otra tapada del portero nacional, luego de un tiro libre de Suárez.
Los ingresos de Henry Vaca y Danny Bejarano, después del intermedio, no surtieron el efecto deseado. Bolivia perdió el ritmo de coberturas que Jeyson Chura y Moisés Villarroel supieron aportar.
Y con una nueva reacción importante de Lampe –reflejos impecables– como respuesta a un empalme de Cavani, la sucesión del trámite dio lugar a lo más valorable de los nuestros en cuestión de aproximación: Ramiro Vaca exigió a que Fernando Muslera mandara la pelota al córner.
Sumamos otra del guardameta boliviano. Con la rodilla conjuró un zapatazo de Suárez.
A medida que transcurrió el tiempo el a la postre ganador impuso una tónica, la de defenderse con la pelota y para eso mandó en el mediocampo; adicionalmente avanzó unos metros complicando la salida adversaria, obligada, en más de un caso, a dividir el esférico, expediente poco propicio si se considera la disparidad de contexturas físicas.
Entró Marcelo Martins y no gravitó. Era evidente el desmedro provocado por el virus y la inactividad. Aparte, todo ya estaba cuesta arriba, más aún cuando Cavani recibió de Facundo Torres –Erwin Saavedra perdió su lugar como lateral derecho en el afán de actuar como volante– y en esta ocasión no falló.
Rondó el tercero en la vereda del epílogo, Maximiliano Gómez erró de manera increíble.
Bolivia acabó correteando, dejando entrever desgaste mental y de piernas, distanciado del balón.
Si no se hace daño las opciones disminuyen en grado sumo. Tres presentaciones con derrota. Sólo un tanto convertido, y desde los doce pasos…
Carlos Lampe convertido nuevamente en figura, sin ignorar que algo tuvo que ver en la apertura del marcador.
El recurso de asalto a las huestes contrarias es francamente deficitario. Un conjunto sin letalidad resulta incomprensible para la competición internacional. Y así nos va…
PD: Tampoco es posible admitir que el registro de un futbolista aparezca mal escrito en una casaca oficial de Copa América. El apellido de Moisés es VILLARROEL y lució una letra (R) menos… Desprolijidad grave del área logística.
Y tampoco se observó pertinente el afán de algunos jugadores, luego del contraste, en pos de intercambiar ansiosamente indumentaria con el rival. Pudo disimularse dicha diligencia que la televisión no dejó de exhibir…
Oscar Dorado Vega es periodista.