Que una vez otorgue rédito no implica que necesariamente sea un expediente de recurrente final feliz.
Bolivia volvió a jugar cediendo manifiesto protagonismo, balón y terreno. Encontró, mediante el VAR, la accidental posibilidad de acceder al triunfo parcial pero cuando poco antes del descanso quedó con uno menos (expulsión de Cuéllar) sentenció el futuro de su estreno en la Copa América.
Podrá argumentarse que la ausencia de Martins gravitó. Y seguramente que sí. Esa, y otras bajas, se enmarcan en el riesgo de disputar un torneo en medio de la pandemia, regido por un indisimulable interés de origen comercial. Maquillar la cuestión ya no es pertinente porque la acción está en marcha y ese era el imperativo de la organización.
Defenderse no es malo. Más aún si se lo hace con orden, lo que no representa necesariamente hacinar piezas a escasos metros del arco propio. Esa disposición –la misma que hace algunos días se empleó en Santiago– constituye un riesgo de peligro extremo porque tarde o temprano cede y entonces sucede lo observado a lo largo del complemento en Goiania.
La trama sería distinta –absolutamente diferente– si la propuesta enfocara la dinámica prioritaria en el centro del campo y sin resignar el control de la pelota. Los grandes equipos de tendencia defensiva (Grecia campeón de la Eurocopa 2004 constituye un ejemplo) generalmente trabajaron mucho y bien en esa zona. Trataron de copar el ancho del rectángulo como una manera de contrarrestar la menor dosis de profundidad y siempre presentaron al menos a una pieza de buen manejo, pensante, capaz de atenuar la iniciativa del adversario y de elaborar el génesis del contragolpe.
No basta, en consecuencia, con duplicar a los zagueros de ambas bandas (Diego Bejarano – Saavedra y Sagredo – Flores en este caso) porque si bien se bloquean en alguna medida los carriles laterales la escasez de iniciativa activa lógicamente el machacar constante del oponente, sea éste pulcro o de embestidas precipitadas. Mientras Paraguay transitó acompañado de la imprecisión el libreto sirvió. Téngase en cuenta que los de Berizzo acumularon antes de la pena máxima ejecutada por Saavedra tres oportunidades muy claras, marradas a la hora de la estocada final. Y no fueron las únicas.
El desequilibrio expone demasiado a cualquier conjunto, lo circunscribe a inscribir a la fortuna como aliada o, como aconteció en el Pedro Ludovico Teixeira, a esperar que el equívoco rival persista.
Empero, como el fútbol involucra los detalles como ingredientes poderosos, la tarjeta roja del inexperiente Jaume Cuéllar modificó el panorama de la segunda fracción, aún antes de transcurrir.
La albirroja no atraviesa un pasaje lúcido de su representación. De hecho, en el marco de la clasificatoria, se le empató a domicilio, pero no todos los cotejos son iguales. ¿Se justificaba, por ello, plantear el compromiso tan de chico a grande? Es, en el contexto del análisis, una interrogante crucial porque ni siquiera se respalda en el razonamiento de la condición de visitante. No. Aquí todos, menos uno, se desenvuelven en la órbita de la neutralidad.
Alejandro Romero Gamarra y Ángel Romero, éste en duplicado, tradujeron durante el segundo periodo lo que el trámite pedía. Es cierto que un disparo de Roberto Fernández exigió a Antony Silva, pero aparte de eso no hubo más en materia de ataque neto, profundo.
Otro dato marca elocuencia en torno a la derivación de actuar como la selección nacional lo propuso: Gómez y Alonso, los defensores centrales de Paraguay, a falta de trabajo en su sector natural, aparecieron involucrados frecuentemente en la línea de los volantes. No es común dicha migración en encuentros de alta competencia.
En la ruleta rusa mientras la bala no salga disparada del tambor del revólver el azar juega a favor de quien gatilla. Dura hasta que el azar sentencia lo contrario. El fútbol hay que extenderlo y entenderlo en más de cien metros, de lo contrario parece que un arco sobrara…Y eso equivale, tarde o temprano, a autocondena.
Oscar Dorado Vega es periodista.