Es el goleador de la clasificatoria. Y lo tiene ultra merecido. Porque establece diferencia, preocupa al rival y hasta suma la inteligencia y/o viveza de advertir un penal que nadie –ni siquiera el árbitro– notó, a pesar de estar bien ubicado. El VAR intervino gracias a su reclamo, Aquino recién reparó en la mano de Maripán y la brillante ejecución no hizo más que completar la partitura del distinto, del jugador insigne.
Entonces, no sólo firmó el tanto del empate, que parecía una misión inalcanzable. Lo provocó, lo gestó. Y es el gran responsable de lo sucedido en San Carlos de Apoquindo, sin ignorar que casi siempre se las arregló solo.
Al margen, claro está, de lo que objetivamente se farreó Chile en el primer tiempo, donde no sólo dominó absolutamente sino que fabricó al menos tres claras oportunidades: Vertical de Vargas, travesaño de Sierralta y rechazo en la línea de Sagredo tras empalme de Sánchez.
Bolivia planificó y ejecutó el partido en función de soportar. Y el aguante se extendió durante setenta minutos, cuando Pulgar, luego de asistencia de Aránguiz, ganó en el juego aéreo dejando fuera de foco a los centrales.
No dejó de ser decidor que el comienzo del complemento se afrontara con tres variantes simultáneas. Los ingresos de Álvarez, Arce y Flores buscaron salir del ahogo y en cierta medida –porque el local contribuyó debido a su ansiedad, transformada en virtual desesperación– el cuadro pudo avanzar unos metros y plantear la lucha, como siempre debió ser, en el centro de la cancha y no en el área de Lampe.
En el fútbol (como en tantos órdenes de la vida) la suerte juega su rol y la selección nacional la tuvo de su parte, además, claro, de ciertos rendimientos interesantes, casi siempre emparentados con el ahínco y el esfuerzo.
Tampoco cabe la alabanza desmedida porque –al menos en criterio de este columnista– plantos tácticos como el observado a la distancia son riesgosos, peligrosos en grado sumo. A veces, como en este caso, provocan desenlaces favorables, pero ello no representa la determinación de lo frecuente.
Sí, en todo caso, resulta obligatorio resaltar el resto físico del conjunto. Su modo de actuar lo respaldó –y, en verdad, lo sostuvo– desde la respuesta de mentes y piernas prestas a la reacción ágil, al relevo, a reemplazar algún eventual error por la corrección inmediata, oportuna. Compañerismo es una definición correcta en tal sentido.
La Roja hizo el gasto y pagó muy caro no contar con un delantero de área que supiera aprovechar el múltiple abastecimiento generado en muchos de sus arrestos ofensivos. Para explicarlo de otro modo, haciendo un juego de irrealizable ficción y de insistencia en el concepto de estas líneas, si Martins hubiera sido parte del dueño de casa el encuentro se resolvía antes del descanso.
La realidad ecuánime indica que la doble jornada de la clasificatoria ha permitido acopiar cuatro de seis puntos posibles y si la perspectiva se enfoca únicamente desde ese punto de vista el positivismo no puede negarse. ¡Albricias!
El debate ajeno al exitismo pasajero surge en torno a si esta forma de actuar será la que identifique al conjunto. La Copa América está a la vuelta de la esquina y podrá o no confirmarlo.
Habrá quienes renieguen de la manifiesta intención de ceder protagonismo y, esencialmente, de resignar volumen de juego, de restringir la tarea a cerrar espacios en campo propio, aglomerando piezas, desechando la proposición elaborada hacia el pórtico contrario. En el polo opuesto aparecerán, de seguro, los amantes del resultadismo, con el argumento, también tolerable, que envuelve el cometido de evitar la derrota a toda costa, como sea.
Puede constituir una discusión eterna. Consagrada a que la última palabra se esfume en el infinito universo de lo opinable.
Mientras tanto es preferible acentuar la invalorable contribución que el hombre del Cruzeiro (donde inexplicablemente parece no tener lugar) otorga a la Verde. Bienvenida, agradecida y prolongada sea. Marcelo: ¡¡No te mueras nunca !!, como se exclamaría en el Río de La Plata.
Oscar Dorado Vega es periodista.