Que el título de esta columna no suene a conformidad. En absoluto. Sí a realismo.
The Strongest volvió a mostrarse en Argentina como en Brasil y Ecuador. Redujo en algo el castigo a su arco –y reiteró la nula eficacia de ataque– pero eso, por supuesto, no es consuelo.
Lo que sí conviene establecer como reproche manifiesto es la facilidad –enorme, sin contrapeso– otorgada al rival para apropiarse del partido.
¿Dónde quedó la garra? ¿Qué fue de la rebeldía?
Porque al menos, para hacer más digno el adiós copero, cabía esperar otra actitud, un modo distinto de afrontarlo. Ahora, si se viajó a Buenos Aires sólo por cumplir es posible entender tanta displicencia y carencia de respuestas.
En materia de funcionamiento el aplazo es profundo, alarma. Y es hora que Gustavo Florentín ofrezca algo de su sello desde el banco. Es cierto que llegó con el camino ya transitado pero el cuadro no termina, colectivamente, de asentar una idea. Se debate entre querer ser y no lograr identidad, con rendimientos individuales imposibles de ignorar en lo que a déficit se refiere. Ejemplo: José Sagredo, responsable en buena medida de la madrugadora apertura (zapatazo inatajable de Agustín Almendra tras un rechazo fallido) y desairado por Sebastián Villa en la acción que dio lugar al autogol de Gabriel Valverde. Es un habitual convocado a la Selección nacional y se presume que César Farías y sus colaboradores toman nota de este nivel de rendimiento ante los compromisos que se avecinan.
Boca Juniors no tuvo necesidad de esforzarse. Le fue suficiente hacerse del balón, hacerlo circular sin apresuramiento y torcer la resistencia de la última línea visitante (Saúl Torres no pudo casi nunca con Frank Fabra) horadando ambos laterales, lo que a su vez desarticuló la faena de los tres centrales, que jugaron muy en línea y se expusieron a la vulnerabilidad.
Lo anterior derivó de un mediocampo inexplicablemente huérfano de marca, porque si se encomendó dicha misión sólo a Richet Gómez la autoflagelación estaba cantada de antemano. En ese sector deambularon Ramiro Vaca (obstinado en mostrarse personalmente), Barbosa (por voluntad el más rescatable) y eventualmente Reinoso, desplazándose sin provecho por detrás de la pelota, correteando despojados de utilidad.
Demás está decir que Rolando Blackburn prácticamente no jugó porque lisa y llanamente estuvo lejos de ser asistido y frente al citado panorama el arquero Esteban Andrada se accionó cuando sus compañeros le entregaron la redonda y si atajó en un par de oportunidades es mucho…
La realidad suele ir acompañada de crudeza. El negativismo –valga remacharlo– es producto del reflejo de una presentación que no acepta otra calificación que no sea la de paupérrima.
El fútbol dispensa la ocasión a aquellos equipos que asumen inferioridad anticipada el recurso de la lucha, de vender cara la derrota, como se expresaba antiguamente. The Strongest dejó la CONMEBOL Libertadores alejado de ese talante y, no cabe duda, defraudó a sus hinchas, que esperaban mínimamente una dosis de temperamento bien entendido frente a la insuficiencia de juego.
Es verdad que otra vez la competición internacional desnuda patéticamente las limitaciones de la doméstica –y el concepto no sólo involucra al aurinegro que en La Bombonera vistió de albo– para provocar desempeños colmados de altibajos y desatinos.
Terminó tres a cero porque el local reguló dinámica, a sabiendas de que la victoria no cambiaba el destino del segundo puesto en el grupo. Barcelona hacía los deberes en casa y ratificaba el liderato. Al Tigre no le alcanzó para llegar a la Sudamericana porque lo suyo jamás se aproximó al escenario de la proeza. Las despedidas suponen, por lo general, tristeza. En este caso corresponde agregar decepción, deuda y precariedad.
Oscar Dorado Vega es periodista.